El arte es la materialización de un delirio

El arte es la materialización de un delirio

domingo, 6 de diciembre de 2015

Lo que nos une

Hoy quiero celebrar con vosotros el día de nuestra Constitución. Allá por el año 1978 conseguimos reunirnos desde el cariño, el respeto y la concordia e hicimos posible un nuevo proyecto de país. No se que pensaréis vosotros, pero a mi, particularmente, me emociona pensar que en algún momento hemos sido capaces de ponernos todos de acuerdo y sentar una bases de convivencia que aún a día de hoy siguen vigentes.
 
Allá por 2003, en los albores de mi carrera profesional, recibí el encargo de representar en forma de monumento nuestra Carta Magna. De la mano de uno de los Alcaldes mas demócratas que conozco, Pablo Zúñiga, nos pusimos a trabajar en lo que sería un homenaje a nuestros derechos y libertades.
 
 
´
Solo podía concebir a nuestra Constitución en forma de mujer. La mujer... transmisora de nuestro pasado y garante de nuestro futuro. Pilar fundamental de nuestros valores mas nobles, portadora de vida y maestra de nuestro caminar por el mundo. Mujer acogedora a la vez que firme. Tan firme como el Imperio del que heredamos nuestra sociedad democrática, Roma. Una mujer ataviada con túnica romana y coronada con los laureles que portan los destinados a la gloria.
 
 
 
Una mujer que sostiene una gran libro que contiene nuestra carta de libertades, cuyo lomo tiene grabado a fuego el escudo constitucional. Una mujer que a pesar de cargar el peso de la responsabilidad le queda una mano libre para transmitirnos sabiduría, seguridad y respeto.
 
Así pues, cuando se cumplían 25 años de nuestra Carta Magna, se inauguró en Alcorcón (Madrid) el monumento a nuestra Constitución. A pesar de la solemnidad de la efeméride fue un acto cercano, en el que todos los ciudadanos estaban invitados, donde se mezclaron caras conocidas y anónimas. Era la fiesta de todos y así aconteció. Tuvimos la suerte de contar con la presencia de uno de los padres de la Constitución, Gabriel Cisneros. Seguramente fue el que mas disfrutó de aquel momento. Sobre sus hombros recayó una gran responsabilidad aquel año de 1978 y desde entonces era consciente de ser cabeza visible y ejemplo de lo que supone la unidad de España.
 
 
 
A nivel personal tengo que agradecer que aquel día mi familia al completo me arropara, pero hubo alguien inesperado que me acompañó. No podía imaginar que un genio de la altura de Venancio Blanco respondiera a la llamada de un humilde escultor que comenzaba su carrera con más inseguridades que certezas. Aquel gesto me hizo comprender que lo que celebrábamos aquel día estaba por encima de nuestras diferencias. Celebrábamos un sentimiento.
 
 
Gracias de corazón Pablo Zúñiga por haberme dado la oportunidad de demostrar que amo a mi país y gracias compatriotas por hacer de España un hogar del que sentirme orgulloso
 
 

jueves, 5 de noviembre de 2015

Herencia artística

Queridos amigos, hoy se cumple un año del fallecimiento de mi padre y lo que me pide el cuerpo es hablaros de él. Me preguntan habitualmente como surge la vocación de escultor y aún no lo tengo claro, pero la única respuesta que encuentro es porque lo he "mamao". Tuve la suerte de ser hijo de uno de los grandes escultores españoles, trabajador y prolífico como ninguno. Tener la oportunidad de jugar desde pequeño con una pella de barro y un palito y que tu madre no te diga nada cuando llegas a casa con la ropa manchada (porque es lo habitual) es un gozada. Así empezó lo que soy hoy
 
 
 
Marino Amaya no lo tuvo fácil, pero la vida te lleva por el camino que impone lo quieras o no, así que ahí tenéis a mi padre, jovencito, sin un duro en el bolsillo, recién llegado a la Capital pero con un talento y una capacidad creativa que le desbordaba. No tardó en hacerse un hueco en el mundo del arte ya que la calidez y la emoción que transmitían sus obras superaba con mucho su timidez. Sus esculturas infantiles empezaron a llenar los parques de España enterneciendo a la sociedad con aquellos niños regordetes, a veces tristes y a veces juguetones.
 
 
 
Nunca comulgó con los círculos artísticos ni con las galerías de arte, pero sus exposiciones eran un acontecimiento social. No sólo porque sus esculturas tenían un estilo nunca visto hasta entonces, sino porque la ternura que imprimía a sus obras, la llevaba implícita el propio artista. Y todos querían contagiarse de esa humanidad que le caracterizaba
 
 
 
Poco después empezarían a llegar los reconocimientos, la inauguración de su exposición en el Salón de Otoño por parte de los Reyes, sus visitas a Zarzuela para modelar a los Príncipes, sus viajes a Brasil y Nueva York y su entrevista con Su Santidad. Fueron buenos tiempos, papá.
 
 

 
Con el paso de los años, Marino Amaya evolucionó. Las líneas pasaron a ser mas suaves y las formas mas rotundas. Le cantó al amor, a la vida y a la naturaleza. Abandonó las fiestas y los fastos para dedicarse a crear. Simplemente. A dar forma a sus inquietudes, sus necesidades y sus pasiones. Porque si algo caracterizó a Marino Amaya era su pasión por la vida, por las cosas sencillas, por los sentimientos humanos.
 
Hace un año que te fuiste papá, pero allá donde estés, se que me miras, que me animas y que me empujas. Se que estás orgulloso, pero mira papá. Mira esta foto. Hay futuro
 
 

lunes, 28 de septiembre de 2015

Charla entre amigos

 
Dicen que los tiempos que manejan en radio y televisión están calculados al milímetro. Pues ahora he descubierto que es mucho mas interesante este invento nuevo que se llama podcast. Resulta que puedes escuchar o descargar un audio en el momento que te venga mejor y así poder poner los cinco sentidos en lo que estas escuchando. Reconozco que siempre me ha gustado la radio, el poder que tienen la voces, la modulación de las cuerdas vocales y los matices del tono de voz, me resultan hipnóticos. Me ha gustado escucharme en esta charla entre amigos. Son buena gente, éstos de HistoCast.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Tardes de gloria

Confieso que hasta hace relativamente poco no me había parado a mirar detenidamente la precisa ejecución de una media verónica de rodillas frente a un toro. Tampoco sabía que esa danza en la que torero y animal giran en torno a un capote se llamaba chicuelina. De estos y otros lances tuve que aprender a marchas forzadas cuando D. Julián Lanzarote, a mi juicio el mejor Alcalde que ha tenido la ciudad de Salamanca, me encargó el monumento a Julio Robles.
No tuve el honor de conocer al maestro en vida y apenas disponía de algunas fotos en las que inspirarme. Los que me conocéis, sabéis de mi afán por meterme en la piel de mi "representado", así que me arme de valor torero, cogí las páginas amarillas y llamé a quienes le conocieron en persona. Su fiel mozo de espadas, Limo, me recibió con los brazos abiertos y fue guiándome a través de un mundo cálido y acogedor. En el camino que suponía acercarme a la figura del maestro, tuve la fortuna de incorporar al proyecto al sastre Justo Algaba, virtuoso del bordado, de los alamares y de la moda taurina. Sastre de toreros en general y de Julio Robles en particular, fue fundamental en la buena conclusión de la escultura. Las costuras, las arrugas propias de una taleguilla bien ceñida, el bordado de la media y el corbatín acusando la faena pero bien plantao, iban vistiendo a Julio, el hombre, hasta convertirlo en Robles, el maestro.
Los días pasaban rápido, mi buen amigo y periodista Paco Cañamero me mantenía al tanto de las novedades taurinas mientras yo le adelantaba los avances de la estatua. Había mucha expectación creada, pero nunca antes había trabajado tan tranquilo. Ni mi próxima paternidad me alteraba lo más mínimo. Estaba a gusto con el maestro. Ahí andábamos los dos, el enseñándome un arte nuevo para mi, y yo, mostrándole un arte nuevo para él.
Si algo aprendí en aquellos meses fue a no tener miedo, pero si respeto. Y ese respeto se vio culminado el día que entró por la puerta de mi estudio Victoriano Valencia. Venía acompañado y un silencio sepulcral invadió el taller. Como apoderado de Julio Robles, y responsable de su imagen torera, todos los allí presentes, esperábamos su veredicto casi sin respirar. Silencioso y pensativo D. Victoriano caminaba alrededor de la estatua, alzaba la cabeza y le miraba a la cara, se alejaba de Julio, cerraba los ojos para recordar sus tardes de triunfo y después de mucho meditar, respiró y dijo: "Esa arruga del pantalón no debería estar ahí". Todos respiramos, sonreímos y un murmullo satisfecho dio comienzo a una velada llena de anécdotas taurinas.
Mi trabajo estaba cumplido. Sólo quedaba inaugurar. Esperamos al primer aniversario de la muerte del diestro para hacer de aquel día, un homenaje inolvidable y cargado de emoción. A pesar de que estuvo presente medio Salamanca había una persona a la que se le notaba por encima del resto la satisfacción y el orgullo del homenaje debido, el Alcalde Julián Lanzarote. Cuando el monumento se desveló, nos rompimos todos las manos a apludir, nos desgañitamos llamándole "maestro" y sacámos pañuelos blancos recordando sus tardes de gloria en "La Glorieta". Fue un día espectacular y en su recuerdo, aún a día de hoy, cada 14 de enero se hace un emotivo acto a los pies de la estatua.

Y así, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, el maestro nos brindará cada tarde, desde la plaza que le vio crecer, su mejor faena: haber dedicado tardes de gloria y triunfo al pueblo de Salamanca.

lunes, 24 de agosto de 2015

Morriña

 
 
Lo sabía. Sabía que volvería con melancolía y ese es uno de los motivos por los que me resisto a coger vacaciones. Es inevitable y mas cuando viajas al norte y vuelves con la sensación de haber visto el mar en estado salvaje y paisajes anclados en el tiempo. Hace cosa de 12 años fue cuando descubrí lo que significaba montarme en el coche, mirar por el retrovisor lo que dejaba atrás y arrancar con una congoja inexplicable mientras la llovizna cubría el parabrisas.
 
Corría el año 2003 cuando me presenté allá por tierras gallegas con una pequeña escultura de Valle Inclán en dirección al Ayuntamiento de Vilanova de Arousa. No había terminado de depositarla junto con la otras propuestas que se presentaban, cuando me abordó un paisano y empezó a interrogarme con ahínco. Debió hacerle gracia verme tan perdido porque se dedicó a pasearme por la zona durante el resto del día. Mi primera toma de contacto con Galicia fue un tanto inquietante, pero cuando me llamarón para comunicarme el fallo del concurso, me alegré mas porque ya tenía la excusa para volver y conocer mas, que por el trabajo que tenía por delante. En esta segunda ocasión, quien me acogió con los brazos abiertos fue el dueño de un pequeño bar con mucho encanto que hay en la plaza donde se ubicaría el monumento. Consiguió reunir a unos cuantos lugareños que, haciendo corrillo, me contaban anécdotas de Valle Inclán (D. Ramón le llamaban). Me contaban sus recuerdos de él o lo que les habían contado sus padres, pero lo que mejor asimilé fue que en las tardes en que el tiempo lo permitía, se sentaba largo rato sin otro menester que perder la vista en la Ría de Arousa. Ya tenía mi visión del escritor y mucho trabajo por delante.
 
Una vez en el taller, lo primero que hice fue pegar una fotocopia gigante en la pared de la Ría, de forma que mi Valle de barro mirara permanentemente el horizonte del mar y no percibiera la lejanía de su tierra.
 
 
 
Valle Inclán se iba revelando a través de la mirada melancólica y una barba poblada fruto de la timidez. Timidez que según sus paisanos le servía para sumergirse en su mundo interior e imaginar los mundos y personajes que le harían pasar a la historia. Pero mi estudio con la fotocopia gigante y mi afán por representarle dignamente en su pueblo natal, no aplacaba la mirada nostálgica de D. Ramón. Decidí que su Marqués de Bradomin nos acompañara en esta aventura y mientras trabajaba, una voz nos narraba sus andanzas. La expresión de Valle cambió.
 
 
 

Se tornó pensativo, imaginativo, creativo y necesitado de expresar el drama humano. Un autor de personalidad fascinante con una prosa audaz y cruenta que seguramente le servía para rebelarse sutilmente ante la deriva de la sociedad.
 
Juntos fuimos evolucionando. El Valle entrañable con el que empecé dejó paso a una mirada inquisitiva. Quizá ya no miraba el mar, quizá daba la espalda a esa sociedad con la que no estaba conforme. No lo se a ciencia cierta, juzgen Uds, pero el caso es que allí dejé a Valle. En su Ría, en su pueblo, con su llovizna endurecida por el salitre y arropado por sus paisanos. Eternamente mirando un mar en calma.
 
 
 
 
 

miércoles, 22 de julio de 2015

Milagros cotidianos

 
 
En la última semana me ha surgido comentar la misma anécdota en dos ocasiones, así que se me ocurre compartirla también con vosotros. En los tiempos que corren, en que los católicos estamos siendo vapuleados y en algunos países exterminados, me parece de lo más apropiado contaros mi experiencia mientras estuve trabajando en el Monumento al Peregrino.
 
Allá por 2004, andaba yo realizando unas esculturas para la Fundación COFARES que servían como Premio al Farmacéutico Ejemplar y que la entonces Reina, Dña. Sofía, entregaba en el Teatro Real a personas relevantes del mundo farmacéutico. Con relevantes, no me refiero a importantes o poderosas compañías farmacéuticas, sino a personas vinculadas que por su labor social merecen el reconocimiento de todos.
 
 
El Jefe se los Servicios de Urgencias en Nueva York, Luis Rojas Marcos,
recibiendo el galardón de manos de Dña. Sofía
 
Aquel trabajo me granjeó una amistad y profundo respeto con el Presidente del Grupo COFARES, D. Olegario. No me atreveré a decir que aún a día de hoy le considero mi mentor y mecenas en mis inicios artísticos, pero casi. La historia que quiero compartir con vosotros, empieza el día que D. Olegario me encarga un monumento al Peregrino Xacobeo que se ubicaría en el Camino de Santiago.
 
Andábamos mal de tiempo de cara a la inauguración, tenía que ingeniármelas para hacer en poco tiempo las sandalias, el sombrero y demás aderezos. Para no complicarme mucho, decidí cortar la rama de un árbol para sacarle un molde directamente cuando llegara el momento.
 
La escultura, en principio, era sencilla. Una túnica, una vara de caminante (o cayado) y algún elemento significativo como la calabaza y la concha del peregrino. Como quería distinguir mi escultura del resto de monumentos peregrinos no quise cubrirle con el sombrero de ala ancha doblado; y ahí vino el problema, creo. Resulta que no tenía claro como representar a un peregrino en el que todos los caminantes se vieran reflejados, y todas las intentonas de modelar la cara acababan igual, emborronadas y volviendo a empezar. Cuando llegan esos momentos en los que no encuentras el camino, es cuando más receptivo estás a cualquier inspiración. Pues bien, hubo una noche en la que, incapaz de dormir por la angustia, me bajé al estudio. No tenía intención de trabajar, sólo dar un paseo alrededor de la escultura e intentar poner algo en claro, pero no pude contenerme y destapé el barro. El peregrino me estaba esperando, me estaba llamando y yo, atento, le escuché. Me puse a trabajar con un ánimo diferente. Cada palillazo que daba lo sentía perfecto, cada pedazo de barro iba a su sitio, la proporción surgía de forma automática. Aquella noche trabajé sorprendentemente feliz, pero al llegar el alba y ver el resultado, me asaltó una duda enorme. Quizá no era correcto lo que había hecho, así que, antes de continuar llamé a D. Olegario de urgencia. Dos horas después, llamó a la puerta y al abrir, sin llegar a cruzar el umbral, abrió los ojos como platos y exclamó: "Jesús".
 
Efectivamente, sin ser mi voluntad, el resultado de aquella inspiración inesperada era un Cristo peregrino. Miré a D. Olegario con preocupación, pero su gesto revelaba una mezcla de misticismo y felicidad digno de ver. "Salvador, no la toques", y así se quedó:
 
 
 
 
Quedaban los detalles finales, y llegó el momento de sacar el molde a la rama de árbol que había cortado semanas atrás. Cual fue mi reacción cuando al abrir el molde de silicona y sacar la rama, ésta se había llenado de brotes!. No era posible, llevaba muchos días cortada y había pasado 24 horas envuelta en productos químicos. Seguramente habrá una explicación lógica, pero prefiero pensar que todo el trabajo del Monumento al Peregrino estuvo bendecido por un misterio divino.
 
 
 
La inauguración fue de las más emocionantes que he vivido, tantos sufrimientos y tantas alegrías viéndose erigidas en el imponente Hospital del Rey en Burgos. No fui el único que vivió aquellos días de forma tan intensa. Me despido con el emocionado abrazo entre D. Olegario y el osado escultor que se atrevió a humanizar a Dios
 
 
 


lunes, 6 de julio de 2015

Una historia de honor y coraje

 
 
 
Hay aventuras que merece la pena correr. Hace relativamente poco tiempo que escuché la historia de otro gran español, uno tan grande que desfiló junto a George Washington al terminar la guerra de independencia de EEUU. Cuando el malagueño Bernardo de Gálvez fue nombrado Gobernador de Louisiana, seguramente no imaginaba que cientos de años después estaríamos hablando de él, pero estaba destinado a ocupar un lugar privilegiado en nuestra historia y a que un escultor obsesionado con los actos heróicos le inmortalizara en el año de 2015.
 
Nuestro Gálvez no se lo pensó cuando el futuro Presidente Jefferson solicitó la ayuda española, y yo tampoco me lo pensé cuando "El pintor de Batallas", Augusto Ferrer Dalmau me propuso unir fuerzas para dar mayor proyección a Gálvez. El proyecto era apasionante, un pintor y un escultor colaborando y trabajando sobre el mismo personaje. No se a vosotros pero a mi me encanta la idea. Un cuadro y una escultura que nos retrotraigan al momento en que Bernardo de Gálvez le echó cojones y dijo aquello de "El que tenga honor y valor, que me siga, que yo iré delante para quitarle el miedo".
 
Cuanto más conocía al personaje, más ganas tenía de ponerme manos a la obra, pero me encontré con el problema de siempre. El rigor histórico. Con Gálvez teníamos un problema añadido y es que pertenecía al Ejército de Tierra, pero su hazaña más conocida fue comandando el bergantín Galveztown, asi que volví a pedir ayuda a Mariela Beltrán. No se que haría sin la historiadora más entregada y rigurosa cuando me asaltan las dudas. Como siempre, tenemos diferencias, pero no irreconciliables. Mariela acaba encontrando el subterfugio para que las licencias artísticas que me concedo no sean descabelladas.
 
El caso es que la Guerra de Independencia americana da mucho juego y aunque siempre me sirvo de documentación fiable y veraz, soy de los que ponen en práctica la teoría. Llamé a mi amigo Luis Sorando, que de recreación histórica sabe un rato, para preguntarle como se anudaba el lazo a la coletilla de la peluca. Este tipo de detalles me gusta conocerlos de primera mano, es decir, de alguien que se fija hasta en los botones. Eres muy grande Luis.
 
Antes de comenzar a trabajar con la arcilla, había otra cosa que me preocupaba. De Gálvez hay pocos retratos, si bien, el más conocido no es real, el más contemporáneo no le representaba muy agraciado. Ya conocéis mi tendencia a embellecer la realidad, pero en este caso no quería modelar un rostro imaginado. Quería que fuera alguien real y automáticamente me vino a la cabeza mi gran amigo Jesús de Casteleiro y Villaba, de familia militar desde las Navas de Tolosa, porte marcial y estampa orgullosa. De los que se apuntan a un bombardeo. Lo emocionante de esto, es que un antepasado suyo, D. Juan Villalba y Angulo sirvió a las órdenes de Gálvez, así imaginad las sensaciones de tener al alcance de la mano un pedazo de historia viva. No se a vosotros, pero a mi estás cosas me ponen los pelos de punta.
 
 
 Hoja de servicio de D. Juan Villalba y Angulo

 
 
Una vez organizado el trabajo, me puse manos a la obra. Siempre me pasa lo mismo. Juro y perjuro que es la última vez que me obsesiono con una escultura, pero acabo cayendo en las jornadas interminables y en los pensamientos monotemáticos. Han sido 3 meses de trabajo durísimo en los que sólo al final he conseguido disfrutar con la obra. Ese momento en el que ves la escultura montada a falta de los detalles, cuando empieza el entretenimiento de poner un botón, cuando modelas los galones de Mariscal de Campo en automático; ese momento en el que coronas el sombrero de tres candiles con la "vistosa cucarda encarnada".
 

 

 
 
Ese momento en que anudas la trenza (aún sin terminar) de la peluca con un lazo...
 
 
 
 
Ese momento en el que a falta del sable empuñado con vigor en la mano derecha, ves a Bernardo de Gálvez, con la ceja levantada, gesto firme desafiando los cañones británicos apostados en la bahía de Pensacola y con la determinación de un hombre valiente que representó el coraje español allen de los mares. Ese momento en el que le oyes decir: "YO SOLO"
 
 
 
 
Podréis ver la obra definitiva en la exposición que se hará sobre Gálvez en el mes de diciembre, junto con el lienzo de Augusto Ferrer Dalmau. Ambos esperamos que el objetivo de acercar a la sociedad española la figura de Gálvez se cumpla, pero en mi fuero interno deseo de corazón que algún día alguien recoja el testigo y Bernardo luzca con honor en forma de monumento en algún espacio público destacado de la Capital. Después de recibir numerosos mensajes interesándose por la iniciativa, no pierdo la esperanza. A todos vosotros os digo lo mismo. Hay pocas personas que se atrevan a involucrarse en una empresa de tal calibre y que estén comprometidas con nuestros héroes y nuestra historia. Desde aquí mi reconocimiento a quien hizo posible el monumento a Blas de Lezo: Iñigo Paredes.
 
Un abrazo