El arte es la materialización de un delirio

El arte es la materialización de un delirio

miércoles, 26 de febrero de 2020

Un monumento al coraje y la dignidad

Artículo para el Nº 16 de FD Magazine. Por Amanda González




Podría parecer un acto de desagravio. Después del mal sabor de boca que dejó a la mayoría de cinéfilos y amantes de la historia, la película de Salvador Calvo, 1898: Los Últimos de Filipinas, se hacía necesario desempolvar aquella vieja historia que, a través de nuestros abuelos, nos había sido narrada desde el coraje que enardeció los corazones de un pueblo y los impulsó a sobreponerse al desastre del 98, y desde la nostalgia de guerras pasadas donde la necesidad y los ideales eran la base de unos valores hoy desaparecidos. Había que poner en valor aquella historia, y en estos tiempos que vivimos, en los que prima el sensacionalismo por encima de la verdad, se hacía necesario abordar la gesta de los Héroes de Baler desde el rigor histórico. Quienes conozcan lo que sucedió durante el 
asedio, saben que la historia tiene material suficiente como para no necesitar aderezarla con sargentos crueles ni con hermosas indígenas enamoradas de los nuestros. Que haberlas, las hubo, claro, pero no tan inocentes como las de la película de Antonio Román estrenada en 1945, ni tan perversas como nos las pintaba el ya mencionado Salvador Calvo en 2016. Para cuando estalló la revuelta, no es que hubiera una exótica presencia española en Filipinas y las nativas se deshicieran en atenciones hacia los extranjeros, sino que Filipinas era tan española como Burgos o Logroño, y las relaciones humanas entre quienes allí convivían entraban dentro la naturalidad. Así que, con estos mimbres, se quería dar a conocer la grandeza de los Héroes de Baler desde la verdad y la justicia histórica; y es que en 2019 se cumplía el 120 aniversario de la gesta y ni el Ejército de Tierra, ni el escultor Salvador Amaya iban a dejar pasar más tiempo para conmemorar la hazaña de los Héroes de Baler con un monumento público que trascendiera al tiempo y a nuestra generación, y recordara de forma perpetua que España mantiene viva la memoria de quienes se dejan la piel y las entrañas por la patria.


Como no podía ser de otra forma, Augusto Ferrer-Dalmau respondió a la llamada y quiso aportar su talento al proyecto. Las reuniones entre los artistas, pintor y escultor, para definir como se representaría la gesta, se fueron sucediendo durante las semanas que precedieron al encargo en firme por parte de la Fundación Museo del Ejército. El monumento tenía que representar una hazaña, la resistencia de 52 hombres en terreno hostil, el abandono al que se vieron sometidos, el respeto a las ordenanzas, la responsabilidad de defender el territorio español, el coraje con el que aquellos soldados cumplieron con su deber más allá de las consecuencias, y la presión que soportaron durante un asedio en una iglesia que, a pesar de lo humilde de su construcción, fue su refugio y hogar durante 337 días. Demasiadas emociones. Demasiada grandeza. La dificultad de representar artísticamente un episodio tan épico, que a día de hoy se estudia en las academias militares de todo el mundo, se hizo patente, y es que, como siempre en estos casos, la fuente de financiación iba a ser un problema. Se decidió recurrir a una suscripción popular, o campaña de micromecenazgo como se conoce actualmente. No sólo se pretendía recaudar fondos sino también dar la oportunidad a la sociedad civil de formar parte de un proyecto que conjugaría arte e historia, y sobretodo, participar de un propósito colectivo de los que hacen país. Un proyecto común que aportaría cohesión a una nación demasiado fracturada.


Con un objetivo presupuestario realista, Ferrer-Dalmau realizó un boceto del monumento con una sola figura, y lógicamente no podía ser otra que la del oficial superviviente cuyo carisma hizo posible la resistencia. Su nombre era Saturnino Martín Cerezo y su graduación, la de Segundo Teniente. Cuando el beriberi comenzó a hacer estragos entre los asediados, Martín Cerezo quedó como último oficial al mando. Su formación, ejemplaridad y unas cualidades personales singulares hicieron posible que el grupo se mantuviera compacto y sin fisuras. No hay que olvidar que aquel grupo de soldados sobrevivieron casi un año en condiciones extremas, inmersos en un conflicto armado y poniendo a prueba día a día su resistencia física y espiritual. No alcanzamos a imaginar las sensaciones y pensamientos que recorrían los muros de la iglesia de Baler pero seguramente allí dentro, se puso de manifiesto lo mejor y lo peor del ser humano. Y si prevaleció lo bueno, tengan ustedes por seguro que el responsable de ello fue Martín Cerezo.


Los pilares del monumento comenzaron a tomar solidez en el mes de noviembre de 2018. La estructura metálica que soportaría el peso de la arcilla, iba adoptando las líneas básicas a base de alambres y soldadura. Compases, plomadas, escuadras de dimensiones colosales y cintas métricas reposaban en el suelo del estudio durante los escasos momentos en que se les daba descanso. El respeto por las proporciones y el equilibrio en la estructura es algo que el escultor, Salvador Amaya, cuida desde los cimientos de la obra, desde que la concepción de una imagen tridimensional gira en su cabeza y aturde la capacidad de sus sentidos para cualquier cosa que no sea dar volumen a los espacios vacíos. Esos huecos en el espacio fueron llenándose con materia arcillosa hasta que una aproximación al boceto se hizo patente, y dio comienzo el tiempo en que dar sentido y movimiento a las formas se convierte en un ejercicio de pura creatividad. La figura de Martín Cerezo cobraba vida a la vez que tomaban forma los pliegues de sus ropas. La fuerza en sus piernas traspasaba la densidad de la materia y se vislumbraba la tensión de sustentar el peso de un cuerpo dispuesto a presentar batalla. Los brazos parecían agitarse al son de las órdenes que salían de la garganta de aquel hombre de barro y sólidos principios. El torso giraba en un movimiento helicoidal permitiendo su visión desde cada uno de los 360 grados que lo rodeaba. Un rostro reconocible asomaba bajo la visera de la gorra del teniente. Martín Cerezo volvía a la vida entre las manos de un artista.


La realidad hizo acto de presencia. Al proceso creativo le sigue la consolidación de los detalles, y es ahí, donde los teóricos de la Historia elevan o abaten una obra de arte. No deja de resultar curioso que se anteponga la veracidad de un humilde botón a la concepción global de una creación cuando de escultura se trata, pero quizá en tanta inclemencia por parte de la crítica radica el éxito, no en vano la exigencia autoimpuesta por el artista persigue alcanzar la excelencia. Aunque el proyecto contaba con el respaldo del Instituto de Historia y Cultura Militar, se hacía necesario recurrir a un asesor histórico con quien poder consultar cualquier duda y a cualquier hora del día, la inspiración es imprevisible y suele aparecer de forma inesperada. El coronel Guerrero Acosta se convirtió en el experto en quien confiar la uniformidad y el equipo. Detalles que pasarían desapercibidos posteriormente como el emblema del Regimiento de Cazadores número 2 en el cuello mao de la guerrera, o más visibles como el revolver Orbea número 7 hubo que modelarlos a escala 1:1,5, la misma con que se estaba construyendo el monumento. Por la noche, cuando la luz de los focos incidía sobre la visera dela gorra y ésta dejaba en penumbra la mirada de Martín Cerezo, parecían oírse disparos y los desgarradores gritos del combate. El taller se oscurecía como si la exuberante vegetación de la isla de Luzón lo cubriera todo y un aroma a musgo impregnaba cada centímetro cúbico de aire. Cualquiera hubiera jurado escuchar en la lejanía a una tagala tararear la famosa habanera “yo te diré” lamentándose por no poder estar con su amado.



Mientras el taller se convertía en un espacio donde dar rienda suelta a la fantasía (también a las frustraciones y noches de insomnio), la fundación Museo del Ejército se encargaba de gestionar la campaña de micromecenazgo que financiaría los gastos del monumento. No fue tarea fácil. Las aportaciones individuales, aun siendo muy numerosas, no cubrían el monto total, así que la Fundación se encargó de que grandes empresas quedaran seducidas por el proyecto y completaran el presupuesto previsto. Por otro lado, desde el Cuartel General del Ejército se realizaban las gestiones oportunas con el gobierno municipal de la ciudad de Madrid para coordinar el emplazamiento del monumento, pero nadie contaba con que el proyecto no era del agrado de la corporación y la documentación quedó guardada en un cajón del que nadie supo rendir cuentas.


Los trabajos de modelado concluyeron y los moldes de la escultura se enviaron a la fundición. La escultura se realizaría en bronce, algo incontestable ya que es el material que mejor soporta la intemperie y las agresiones externas. Y el procedimiento empleado sería el mismo que desde hace milenios: fundición en bronce a la cera perdida. Da vértigo pensar que nada ha cambiado desde la Antigua Grecia, pero a la vez aporta una sensación de respeto por la herencia recibida que convierte la disciplina escultórica en uno de los pocos espacios irreductibles en el mundo moderno. Cinceles repasaban el bronce en la fundición, pero a kilómetros de allí labraban el pedestal que sustentaría la estatua. El taller de cantería tenía el encargo de realizar un gran pedestal de corte clásico, sencillo y elegante que embelleciera la escultura pero sin quitarle protagonismo. El frontal, además de la leyenda que identificaba el motivo del homenaje, incluiría un relieve inspirado en el dibujo a plumilla que realizó Martín Cerezo de la iglesia de Baler y dos Laureadas de San Fernando incrustadas en el granito, recordando que tanto al Capitán del destacamento, Enrique de las Morenas, como a Martín Cerezo les fueron concedidas. Ambos motivos en bronce y previamente modelados por Salvador. En los laterales, los nombres de los 49 soldados que resistieron y los tres frailes que, según cuentan las crónicas, aportaron paz espiritual a los sitiados y llegaron a empuñar las armas en un momento dado. Los textos grabados en la cara trasera justificarían todo el despliegue que se estaba llevando a cabo para honrar a los Héroes de Baler; un fragmento del decreto redactado y firmado por Emilio Aguinaldo, lider de la resistencia filipina que merece la pena traer a estas páginas:

“Aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su Bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo”


Pues bien, a pesar de que el enemigo les dedicó palabras tan elogiosas, no han faltado quienes gustan de crear polémica donde no la hay, así que en lugar de inaugurar el monumento el 30 de junio, día de la Amistad Hispano-Filipina, hubo que esperar a que se constituyera la nueva corporación municipal para iniciar los trámites de instalación y de cesión del monumento al Ayuntamiento de Madrid. Nadie pensó que los plazos se demorarían tanto cuando en el pedestal se grabó la fecha de 2019, pero la realidad fue que hubo que esperar hasta el 13 de enero de 2020 para inaugurar. Eso si, por todo lo alto. No se recordaba en la Capital, al margen de los desfiles anuales del 12 de octubre, un acto castrense de tal magnitud desde que la Armada inauguró el monumento a Blas de Lezo. El Jefe del Estado Mayor del Ejército y el Alcalde de Madrid presidieron un acto cargado de emoción, donde los allí presentes pudimos escuchar sinceros discursos pronunciados desde el corazón, emocionarnos con un homenaje a los caídos con sus salvas correspondientes y participar del murmullo de aprobación y satisfacción que salía de las bocas de los descendientes de los Últimos de Filipinas que asistieron, por fin, a un reconocimiento público a sus familiares por parte del pueblo español. La plazuela que acogía tan insigne evento nunca se había visto tan sobrepasada, hasta los vecinos, incapaces de bajar a la calle para disfrutar del acto, se asomaban a los balcones para poder ser partícipes de él. Invitados del ayuntamiento, del ejército, descendientes, curiosos, paisanos que habían llegado desde todos los puntos de España se congregaban al calor de cientos de corazones ardientes que latían juntos en aquella fría mañana de enero. Y entre ellos, dos ausencias inexplicables. El autor de la escultura y el autor del boceto apenas alcanzaban a ver lo que sucedía en la distancia. Nunca sabremos qué sucedió para que, llegado el día de la presentación de su obra, no hubiera sitio para ellos. Lo que si sabemos y sabrán las generaciones futuras es que dentro de la estatua, en una cápsula del tiempo, se conservan los recuerdos que han sido creados gracias a este monumento: fotografías del proceso, de Salvador y de Augusto, enseres personales y mensajes de quienes han participado en el proyecto, algún documento formal y quizá el objeto más emblemático, una bandera de España que acoge a todos y cada uno de los que, con mucho trabajo y esfuerzo, en torno a una gesta culminada hace 120 años, han querido honrar a 52 españoles olvidados que salieron de Filipinas vencidos pero con la dignidad intacta.

Objetos contenidos en la cápsula del tiempo
introducida en el monumento

Al cierre de esta edición nos sorprendemos gratamente con la noticia de que un nuevo acto militar, presidido por la Ministra de Defensa, tendrá lugar el 21 de febrero a las 11 de la mañana. Para esta redacción, que cualquier iniciativa que ponga en valor la mejor Historia de España tenga tan excelente acogida entre las más altas instituciones del Estado y sea motivo de alegría generalizada en un país tan fragmentado, es señal de que los españoles aún conservamos la gallardía y pundonor que en tiempos pasados nos convirtieron en un solo escudo contra agresiones externas y en punta de lanza de las mayores epopeyas que ha vivido la humanidad.



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El General Menacho, la firmeza de sus principios y la solidez de su figura

Articulo para el Nº 12 de FD Magazine. Por Amanda González





Amanece en Badajoz y la ciudad aún parece dormir. Es un miércoles primaveral de 2019, víspera de Semana Santa, y en silencio, sin estridencias ni alaracas, llega el General Menacho al lugar que le vio morir 207 años atrás. Aún mantiene el porte esbelto y elegante que relataban las crónicas de la época. Conserva la casaca corta con las solapas vueltas e impecablemente abotonadas al cuello, y el fajín carmesí bien ajustado al cuerpo sin mostrar el desaliño propio de quien lleva horas combatiendo. Nada en él indica que lleva resistiendo un asedio de 38 días. Hasta el sombrero de dos picos se mantiene “graciosamente ladeado” tal y como se permitía extraoficialmente, y es que lo de ser español, en una guerra como la mal llamada de Independencia, tenía que notarse hasta en el más mínimo detalle. Menacho había madrugado aquel día, y nadie le esperaba aún. Sólo su escultor, el que le había modelado en arcilla e inmortalizado en bronce, aguardaba nervioso para comenzar la instalación de un monumento que llevaba años pidiendo a gritos su lugar en la memoria colectiva de los pacenses.

El proyecto de recuperación de la figura de Menacho llevaba muchos años de recorrido. Si bien el General da nombre a multitud de lugares emblemáticos, hasta ahora sólo contábamos con un retrato posterior a su muerte como referencia iconográfica. Quizá, por la necesidad de crear un símbolo reconocible y porque el valor didáctico de la estatuaria pública tiene la cualidad de permanecer durante siglos en el ideario colectivo, la sociedad civil pacense impulsó la creación de un monumento que sacara a Menacho del ámbito académico y le devolviera al pueblo por quien entregó la vida. Porque si de algo puede presumir la Defensa de Badajoz de 1811 es de haber cohesionado a civiles y militares en un solo grito de resistencia:


Corrían los últimos días del mes de enero cuando las tropas del Mariscal Soult, sugestionadas positivamente por la fácil victoria que habían obtenido en Olivenza, tomaron posiciones en torno a Badajoz. Se trataba de un punto estratégico en el mapa por ser ciudad fronteriza y enclave imprescindible para asegurar las comunicaciones. Pero precisamente el carácter limítrofe de la ciudad la había dotado de ciertos elementos defensivos, que, aunque no se encontraban en perfectas condiciones, constituían un buen punto de partida desde donde organizar las defensas. Las muralla estaba aceptablemente equipada con más de cien piezas de artillería montadas en las fortificaciones y baluartes, pero en previsión de un largo asedio y de la tardanza en recibir ayuda, había que pensar en las provisiones, y a pesar de que el cerco era ya cerrado e impenetrable, Menacho dio orden al Batallón de Voluntarios Catalanes de salir y desalojar a los enemigos de las tenerías donde se encontraban acampados, para poder llegar al molino y sacar las cien fanegas de trigo que, con las prisas por buscar refugio, los molineros olvidaron cuando los franceses asomaron en las cercanías. No iban a desaprovechar ese extra de alimento y mucho menos, darle de comer al enemigo. Como tampoco facilitarían los trabajos de asentamiento y trinchera. Los catalanes, al mando de Bassecourt, desbarataban, una y otra vez, la organización y ataques franceses con rápidas incursiones que, sin resultar ostentosamente decisivas, servían para incomodar al adversario y hacerle la estancia lo más molesta posible. Pareciera que estas continuas salidas fueran parte de la estrategia de defensa de la plaza, y que la eficaz colaboración entre la guarnición y los paisanos constituyera un plan para mantener elevada la moral de los sitiados. Moral que no hizo más que acrecentarse cuando Menacho rechazó el dos de febrero la oferta de rendición que le hacía el Mariscal francés. Moral que se tornaba en entusiasmo cuando, siendo la Catedral objeto de bombardeo, “se nombraron cuatro vecinos que se fuesen relevando en la torre de San Juan para que diese tres campanadas cuando vinieran bombas, dos cuando granada y una cuando fuese cañonazo, y de este modo el vecindario acudía a los parajes que consideraba más seguros”. Moral que incluso cayendo herido Menacho, por una bala en el muslo derecho, por situarse en lo alto de la muralla para dirigir a los 600 hombres que pretendían inutilizar las piezas de artillería francesas, no desfalleció, combatiendo las dificultades con la confianza en el triunfo. El diecinueve de febrero, en una arriesgada maniobra, Soult cruza el Guadiana y el cerco se cerró por completo sobre la ciudad de Badajoz. Con escasas probabilidades de recibir ayuda, Menacho se apresta a triunfar o morir. El mariscal francés, creyendo que la desesperación ahondaría en el corazón de quienes resistían con el coraje que despierta quien ejerce el liderazgo con el ejemplo, propone de nuevo la rendición. ¿La respuesta de Menacho?. ¡Viva la Patria!. Ni las tretas francesas instando a los españoles a no seguir la actitud obcecada de su General, ni los destrozos en el baluarte de Santiago ocasionados por el cañoneo incesante, fueron suficientes para que mermara un ápice el arrojo con que la ciudad entera enfrentaba al invasor. Las salidas continuaron a pesar de los evidentes riesgos. Romper el cerco y el ánimo del enemigo seguía siendo nuestra mejor arma. Hasta el 4 de marzo. Aquel fatídico día, una bala de metralla rompió el cuerpo de Menacho. Su alma inquebrantable no fue suficiente para contener el destrozo en su costado. Cuentan quienes lo asistieron, que aún vivió durante 7 minutos, tiempo que empleó en lamentar no poder seguir siendo útil a la Patria. La pusilanimidad con que actuaron posteriormente las autoridades dice mucho del carácter con el que la ciudad de Badajoz se mantuvo en pie mientras el General Menacho guiaba el espíritu indomable de todo un pueblo.


Y así, con una de las muchas muertes heroicas que nos dejó la guerra contra en francés de 1808, el escultor Salvador Amaya tuvo que enfrentarse al reto de reproducir en arcilla un instante. Un solo momento de aquel asedio que dos siglos atrás había marcado la identidad de un pueblo. Para un proyecto tan apasionante quiso contar con la colaboración de Augusto Ferrer-Dalmau, pintor extraordinario amén de profundo conocedor de las gestas más gloriosas de nuestra historia. Recogió el guante y elaboró un boceto en el que de un simple vistazo quedaran patentes las virtudes que mostró Menacho durante el Sitio: arrojo, dignidad y épica fueron las claves a representar. Así que con unas líneas maestras sobre las que empezar a dar forma al General, dieron comienzos los trabajos de realización de la escultura. Se elaboró la estructura metálica que daría solidez a las formas arcillosas, y una vez establecidas las cotas que proporcionan la escultura y conforman las dimensiones, se procedió a modelar la obra con la composición que sugería el boceto. Variables como la complexión del personaje fueron definiéndose según pedía la escultura, como si teniendo vida propia, quisiera mostrarse a su creador convirtiéndole en un mero revelador de formas. Luego vendrían detalles como botones, costuras y el patronaje de un uniforme militar, aspectos técnicos que pasan desapercibidos para el espectador novel pero los más avezados aprecian y valoran. Un gesto en el ceño que muestra carácter, una mano con los dedos abiertos que evidencian la tensión del momento, o la rigidez del cuádriceps que aporta equilibrio a un Menacho dispuesto a enfrentar al enemigo, serían los elementos determinantes que dieran vida a la escultura. Una serie de procesos técnicos convirtieron la dúctil arcilla en sólido bronce, y como si de magia alquímica se tratase, esa conversión de materiales transfiguraba una escultura realizada en material alterable en un General Menacho reconvertido en inmortal, invariable, fiel a la imagen que ideó el escultor. Un Menacho que, sobre su pedestal en la actual avenida de Huelva, antiguo baluarte de Santiago, asimila como propia la naturaleza valiente del pueblo que elevó a los altares el sacrificio de quien insufló en sus espíritus arrojo y dignidad



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Entrevista para la revista PRIMAVERA

Sin ninguna duda conocerán los lectores su obra más famosa, el Blas de Lezo que permanece en pie sobre un pedestal en uno de los laterales de la plaza de Colón, en Madrid. Pero además de esta, Salvador es el autor de esculturas de Menacho, Bernardo de Galvez, Cervantes, Fernán González, Beatriz Galindo o nuestra eterna Isabel la Católica.
Defensor de la escultura “tradicional” y de los valores “superiores” del arte, que tan poco abundan hoy en día.
Hemos podido hacer unas preguntas al escultor, al cual agradecemos enormemente su participación en este primer número, y recomendamos la visita a su web y a su muy interesante blog.




P: Todo autor, sea cual sea su disciplina, tiene sus influencia, ¿cuáles han sido las tuyas?

Inevitablemente, haberme criado en un ambiente artístico tuvo un gran impacto sobre mí. Mi padre fue un gran creador artístico en general y escultor en particular. Asumir el arte como una forma de vida se lo debo a mi padre, pero a nivel técnico y estético me he dejado guiar por los grandes de principios del siglo XX. La capacidad que tenían Belliure y Marinas de trabajar con la expresión corporal y la composición en la estatuaria pública me fascinan. Gracias a ellos asimilé el concepto de arte con vocación pública, escultura para todos, no sólo para las élites que puedan pagar arte; monumentos cuyo espíritu nace de la historia de una nación y es destinado al enriquecimiento patrimonial de ese mismo pueblo. Es natural que mis maestros espirituales tengan sus raíces en España, al fin y al cabo, yo mismo soy una evolución de todos ellos, pero no me olvido de otros grandes artistas internacionales: el peculiar tratamiento de las proporciones corporales masculinas en contraposición con la suavidad en las formas femeninas de Arno Brecker, o la rotundidad con la que trabajaban los artistas del este son dignas de mención. Supongo que cada escultor adapta su obra a las circunstancias que le toca vivir y las primeras décadas del siglo XX nos han legado una forma de realizar arte épico y heroico que no parece querer recuperarse por parte de los circuitos artísticos.

P: El proceso de creación de una obra artística, el incontable tiempo y esfuerzo dedicados a ella, irremediablemente unen al autor con su obra, ¿cómo es tu proceso de trabajo desde la documentación hasta que repasas el bronce con una lija?, ¿Eres de los que opinan que hay una unión perpetua del autor con su obra?

Antes de que coja una pella de arcilla o realice dibujos preparatorios, existe un trabajo invisible en mi cabeza. Es cierto que me documento antes de empezar con un trabajo, pero no sólo leo libros y documentos, sino que me implico personalmente con la obra. En mi caso, que me dedico a modelar personajes concretos, busco impregnarme de ellos, pensar como ellos pensaban y sentir como ellos sentían. Todo en mi taller se adapta al personaje en el que se va a trabajar y procuro que su espíritu lo inunde todo, desde la música ambiental hasta la conciencia temporal que correspondería al protagonista. Los modelos se visten de época y me sumerjo en las experiencias del personaje que más me inspiren. Hay todo un ritual preparatorio antes de empezar, aunque cada escultura tiene particularidades. Por ejemplo, para el próximo monumento, al componerse de personajes pertenecientes a un grupo histórico reconocible pero sin ser ninguno de ellos una figura histórica concreta, he tenido que buscar prototipos de hoy en día que me ayuden a poner cara y una personalidad detrás de cada escultura. No soy capaz de trabajar si no tengo conexión con la obra, así que intento dotarla de carácter, hablo con ella y creo un vínculo, de forma que cuando termino ya no se trata de arcilla modelada, sino de alguien a quien yo considero real y he devuelto a la vida aunque sea de forma espiritual

P: Observando los hierros retorcidos oxidados que ocupan las rotondas, diríamos que cada vez hay menos espacio para la figura humana, para el arte tradicional. ¿Crees que la escultura actual ha perdido desde hace décadas su componente indisolublemente humano, dejando espacio al “todo vale”?

La decadencia ha enfangado los círculos artísticos. Quizá por eso no me muevo en ellos. No los entiendo y ellos tampoco me entienden a mí, así que nos mantenemos al margen unos de otros. Para alguien como yo, un escultor de oficio que vive de ello profesionalmente, que es consciente de los criterios estéticos eternos, es duro ver como esos hierros retorcidos se dan por válidos y se equiparan a obras de arte que tienen un sentido en su concepción, en su creación y en su difusión. Creo que ese poco espacio para la figura humana del que hablas es extrapolable no sólo al arte sino también a la sociedad. Efectivamente no hay espacio para la humanidad, se han perdido muchos valores y el espíritu crítico, y sin ambos aspectos es difícil que el hombre surja en todo su esplendor, ya sea intelectual, hábil o artísticamente. Para el artista figurativo, cuyo único afán es encontrar la belleza y alcanzar la excelencia, es frustrante comprobar como a nivel institucional prevalece la mediocridad y a nivel social es aceptada. Llega un momento en que tienes que elegir: ¿me adapto a la posmodernidad y acepto todos los laureles que hoy en día conlleva, o sobrevivo honestamente no permitiendo que se pierda una tradición milenaria aún a costa de padecer carencias? En cada uno está la opción de vida que quiere para sí y si puede vivir con ello.

P: Todos los pueblos y épocas se caracterizan por el arte que realizan… ¿Tenemos los españoles actuales un arte de calidad?

Me entristece decir que no. Podemos encontrar destellos de genialidad, pero son muy puntuales y a veces, tengo la sensación de que los círculos artísticos los ocultan para no poner de manifiesto la mediocridad que se expone y se vende. Se ha creado todo un submundo en torno al arte donde ya no es el cliente el que se deja guiar por su criterio estético, sino que el cliente o mecenas se ha convertido en un mero inversor que se deja asesorar por críticos, galeristas, subasteros, curadores y un sinfín de profesiones que han surgido alrededor del arte pero que no producen obra, sólo opinión. Y esa opinión, absolutamente forzada y fingida, ha conseguido hacer desaparecer la figura del mecenas, de la persona que tradicionalmente aprecia el arte y lo adquiere. Sin mecenas, no hay financiación para formar artistas ni hay espacios auténticos donde encontrar el talento. Los talleres donde se formaban los aprendices han desaparecido, las escuelas de arte se limitan a enseñar técnicas y nuevos soportes y los certámenes se han convertido en entornos cerrados donde participantes y jurados se relacionan por intereses en lugar de por sensibilidades. Es imposible que el arte de calidad pueda desarrollarse en un entorno tan hostil y tan mercenario. Respecto a las características que pudieran definir a los pueblos, lamento comprobar que la globalización ha acabado con cualquier intento de preservar la identidad de los pueblos. Quizá dentro de los países más desarrollados, podemos encontrar características particulares en los países del este, pero Europa, Norteamérica y parte de Asia han perdido su identidad artística y cultural. Vayas donde vayas, encontrarás en las galerías obras que no definen nada concreto, una historia común, unas creencias o una cultura. Hasta los museos han caído en la globalización, tenemos Guggenheim en varias ciudades y los museos de arte moderno apenas ofrecen algo representativo del país que los acoge. Debo decir que llevo muchos años fuera de los circuitos artísticos, pero año tras año veo las imágenes de lo que se expone en ARCO, nuestra feria más “artística” y nada ha cambiado. Se sigue apostando por sorprender, trastornar y provocar, no queda nada en las piezas que se exhiben que pretenda despertar lo sublime y lo elevado. Lo cutre y la indecencia han matado cualquier intento de preservar el ARTE con mayúsculas


P: Ahora tenemos a Salvador Amaya, pero antes tuvimos a Mariano Benlliure (escultor del General Martínez Campos, en el Retiro) o a Aniceto Marinas (de Velázquez del Paseo del Prado, o de Eloy Gonzalo en la Plaza de Cascorro). De los muchos que aún están por descubrir para el gran público, ¿Que escultores españoles de este tipo crees que merecerían el reconocimiento que aún no han podido tener?

Coetáneo a Benlliure y Marinas, destacó Agustín Querol pero inexplicablemente es bastante desconocido. Quizá su familia y las instituciones provinciales no han puesto en valor su obra con eficacia, y sin embargo ahí tenemos sus colosales esculturas coronando el Ministerio de Agricultura o decorando el frontón de la Biblioteca Nacional. Y es que en esto de dar el lugar que merecen a nuestros artistas históricos, mucho tienen que decir las instituciones; si bien la diputación de Salamanca ha sabido poner en valor la obra de Venancio Blanco y a día de hoy cuenta con una Fundación que gestiona su legado, nos encontramos con el caso contrario y podemos ver cómo la inmensa obra del prolífico Juan de Ávalos no encuentra institución que se haga cargo de ella. Parece que hemos olvidado que los grandes artistas forman parte de nuestro patrimonio común, de nuestro enriquecimiento cultural, que son los artífices de la plasmación de nuestra sociedad en formato artístico. Nuestras evoluciones, revoluciones, pulsiones, etc, están reflejadas en las obras artísticas del momento. Precisamente por eso es tan triste el momento que estamos viviendo, porque no estamos dejando para el futuro nada que perdure. Los libros de arte quedarán vacíos de obras maestras en el período que abarca nuestra época, o peor, las generaciones futuras verán la degeneración en que hemos vivido a través de las obras que pervivan

P: Tu última escultura es la del teniente Saturnino Martín Cerezo, a partir del boceto de Ferrer Dalmau, y financiada gracias a una campaña de mecenazgo, que homenajeará a los Últimos de Baler, y a los españoles que lucharon por España en Filipinas, ¿estamos poniendo en valor por fin a aquellos hombres?

Ha costado mucho. La Historia parecía estar proscrita desde hacía décadas. Me refiero a la historia más gloriosa de España, la que nos llena de orgullo y nos enriquece como pueblo protagonista de grandes hazañas y epopeyas. Quizá la desnaturalización provocada por el egocentrismo e individualismo que impera en estos tiempos líquidos donde nada permanece y sólo se valora la satisfacción inmediata de deseos materiales, ha hecho que perdamos el respeto por los que nos precedieron. Y precisamente España, que ha sido pionera en muchos aspectos y un gran referente para otras potencias en épocas pasadas, parece estar avergonzada de quienes la forjaron. No es fácil encontrar instituciones que quieran contribuir a sacudirnos de encima esa leyenda negra de la que se nos acusa por parte de potencias extranjeras y cierto sector de la sociedad. Es como si nos gustara fustigarnos y tuviéramos que pedir perdón por hechos que habiendo sido pioneros y admirables en su tiempo, hoy parecemos querer olvidar como si fueran un pesado lastre que nos maldice. Y particularmente me niego a caer en esa dinámica de falsedades y reinterpretación histórica, por eso me esfuerzo en buscar apoyos para proyectos que nos hagan recordar que somos un gran pueblo y tenemos la responsabilidad de gestionar la maravillosa herencia que hemos recibido. No es fácil encontrar instituciones a las que involucrar en este tipo de proyectos, tienes que apelar a las emociones y a argumentos espirituales porque con la razón no consigues afectos hacia el arte ni hacia proyectos que ensalcen el recorrido místico de un pueblo. ¿Lo estamos poniendo en valor?. Si, pero gracias a la voluntad de unos pocos frente al materialismo imperante.


P: Nuestros lectores querrán saber que nuevas obras podremos disfrutar en los próximos años, y en que proyectos (que se puedan contar) estás trabajando actualmente.

Acabo de terminar un monumento para el Colegio de Guardias Jóvenes de Valdemoro. Ha sido un reto para mí ya que habitualmente trabajo con personajes definidos, con una personalidad y unos rasgos conocidos, que al asimilarlos me facilitan el trabajo a la hora de conectar con la escultura. En esta ocasión el personaje era genérico pero tenía un encanto especial, y es que debía representar a esos chavales que entraban en el Colegio de Guardias con 12 o incluso con 8 años, niños, al fin y al cabo, que van creciendo con el aprendizaje. Interpretar ese paso de la infancia a la madurez ha sido la clave. Ahora estoy con cosas pequeñas que tenía pendientes, reproducciones y esculturas seriadas, mientras termino de firmar un par de contratos que efectivamente no se pueden decir aún, pero lo que si puedo confesar es mi deseo de poder realizar, algún día, un gran monumento a Churruca y a toda aquella generación de marinos que perdió la vida gloriosamente en Trafalgar, o un Hernán Cortés a caballo equiparable en tamaño y porte al Pizarro existente en Trujillo, o a alguno de los héroes que se enfrentaron al francés en la mal llamada Guerra de Independencia, o al General Vara del Rey, o a los hombres que perdieron su vida en las Campañas de Marruecos dando su última gota de sangre por sus compañeros… Son tantos los episodios históricos que estamos obligados a conocer que ni en cien vidas se podría abarcar un trabajo tan grande. De momento me conformo con que cada nuevo monumento sirva para despertar en las nuevas generaciones un sentimiento de curiosidad que les empuje a estudiar la historia que les precede y que inculque en ellos unos valores y sentimientos que deben recuperarse.



Revista Primavera Nº 1 - Febrero 2020

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