Lo sabía. Sabía que volvería con melancolía y ese es uno de los motivos por los que me resisto a coger vacaciones. Es inevitable y mas cuando viajas al norte y vuelves con la sensación de haber visto el mar en estado salvaje y paisajes anclados en el tiempo. Hace cosa de 12 años fue cuando descubrí lo que significaba montarme en el coche, mirar por el retrovisor lo que dejaba atrás y arrancar con una congoja inexplicable mientras la llovizna cubría el parabrisas.
Corría el año 2003 cuando me presenté allá por tierras gallegas con una pequeña escultura de Valle Inclán en dirección al Ayuntamiento de Vilanova de Arousa. No había terminado de depositarla junto con la otras propuestas que se presentaban, cuando me abordó un paisano y empezó a interrogarme con ahínco. Debió hacerle gracia verme tan perdido porque se dedicó a pasearme por la zona durante el resto del día. Mi primera toma de contacto con Galicia fue un tanto inquietante, pero cuando me llamarón para comunicarme el fallo del concurso, me alegré mas porque ya tenía la excusa para volver y conocer mas, que por el trabajo que tenía por delante. En esta segunda ocasión, quien me acogió con los brazos abiertos fue el dueño de un pequeño bar con mucho encanto que hay en la plaza donde se ubicaría el monumento. Consiguió reunir a unos cuantos lugareños que, haciendo corrillo, me contaban anécdotas de Valle Inclán (D. Ramón le llamaban). Me contaban sus recuerdos de él o lo que les habían contado sus padres, pero lo que mejor asimilé fue que en las tardes en que el tiempo lo permitía, se sentaba largo rato sin otro menester que perder la vista en la Ría de Arousa. Ya tenía mi visión del escritor y mucho trabajo por delante.
Una vez en el taller, lo primero que hice fue pegar una fotocopia gigante en la pared de la Ría, de forma que mi Valle de barro mirara permanentemente el horizonte del mar y no percibiera la lejanía de su tierra.
Valle Inclán se iba revelando a través de la mirada melancólica y una barba poblada fruto de la timidez. Timidez que según sus paisanos le servía para sumergirse en su mundo interior e imaginar los mundos y personajes que le harían pasar a la historia. Pero mi estudio con la fotocopia gigante y mi afán por representarle dignamente en su pueblo natal, no aplacaba la mirada nostálgica de D. Ramón. Decidí que su Marqués de Bradomin nos acompañara en esta aventura y mientras trabajaba, una voz nos narraba sus andanzas. La expresión de Valle cambió.
Se tornó pensativo, imaginativo, creativo y necesitado de expresar el drama humano. Un autor de personalidad fascinante con una prosa audaz y cruenta que seguramente le servía para rebelarse sutilmente ante la deriva de la sociedad.
Juntos fuimos evolucionando. El Valle entrañable con el que empecé dejó paso a una mirada inquisitiva. Quizá ya no miraba el mar, quizá daba la espalda a esa sociedad con la que no estaba conforme. No lo se a ciencia cierta, juzgen Uds, pero el caso es que allí dejé a Valle. En su Ría, en su pueblo, con su llovizna endurecida por el salitre y arropado por sus paisanos. Eternamente mirando un mar en calma.
Te comprendo perfectamente, estuve 25 años destinado en Córdoba y cuando llegaba a Málaga y desde la cuesta de la Réina se divisaba un paisaje grandioso, se me hinchaba el corazón, pero las despedidas de mi tierra me producía una nostalgia tremenda. Un fuerte abrazo
ResponderEliminarUn abrazo amigo
Eliminar