El arte es la materialización de un delirio

El arte es la materialización de un delirio

domingo, 4 de marzo de 2018

La Trascendencia de la Materia

Mi homenaje al gran maestro Venancio Blanco publicada en ABC el 23 de febrero de 2018



Nacido en la salmantina localidad de Matilla de los Caños del Río, Venancio Blanco bebió de las fuentes de la sobriedad castellana y de ese lento transcurrir entre las dehesas del Campo Charro. Su obra es reflejo de esa verdad que se revela en el corazón del hombre, cuando habiendo conocido la miseria y la grandeza del ser humano, la vida te señala el camino a seguir. Venancio Blanco, último exponente de esa generación de hombres que convirtieron el arte en profesión y la escultura en oficio, se nos fue tal y como vivió: con sencillez, sin necesidad de alardes ni de hacer ruido, sin anteponer su persona artística a su obra, dejando un legado perfectamente reconocible y definido.

La fuerza y potencia que imprimía a sus bronces le convirtieron en el poco frecuente «profeta en su tierra» ; y es que allí conservan con mimo y exquisitez obras como sus inconfundibles Vaquero charro y San Francisco de Asís. Su etapa como director de la Academia de Bellas Artes en Roma hizo de Venancio un escultor honesto y un maestro responsable de conservar el oficio a la vez que asumía que los nuevos tiempos exigían que rompiera las suaves líneas y los equilibrios visuales.
Raíces cristianas

La rotundidad que imprimía a sus obras era cada vez más acuciante, hasta que el genio salmantino descubrió que la seguridad con la que trabajaban sus manos, aquellas rectas y planos a los que sometía a sus piezas, no eran más que la fuerza creadora de Dios manifestándose en sus dedos. Su camino tornó hacia una sola dirección, la que daba sentido a su vida y a su obra.

Las raíces cristianas de la meseta castellana brotaron exuberantes y consagró su creatividad a explorar los símbolos de esa tradición espiritual de la que surge nuestra cultura y que sigue alimentando nuestras almas.

Venancio es, ha sido y será el paradigma de escultor que encontró su sitio y supo defenderlo, y es que si hay algo que pueda reprochársele, es haberse dedicado en cuerpo y alma a su profesión. Tan intensamente que decidió, generosamente, legar el oficio a los jóvenes creadores durante más de veinte años en su escuela de verano.

Ser Académico de Bellas Artes de San Fernando no hizo más que poner de relieve su genio artístico y una creatividad desmedida que pudo materializar gracias al mecenazgo privado y, esa fe que le mantenía en pie, dio fuerzas a su maltrecho corazón para seguir dando forma a la labor que «el de arriba» le había encomendado..

Sólo cuando su inseparable Pilar faltó de su lado, se abandonó a la tragedia de la vida y se dejó ir.

Al fin y al cabo, un escultor es hombre, y el hombre perecedero, pero su obra, su creación y su visión del mundo es eterna.

La muerte épica



4 de marzo de 1811. Badajoz. Plaza estratégica para las comunicaciones de los ejércitos napoleónicos. La ciudad lleva semanas sitiada por las tropas del mariscal Soult y, aún a sabiendas de que las posibilidades de recibir ayuda son cada día más improbables, los españoles resisten el fuego de artillería francés empujados por la determinación de su General, Rafael Menacho. Su respuesta a la última propuesta de rendición había sido un ¡Viva la Patria!, que días después seguía resonando dentro de los muros de la ciudad y contagiaba de ánimo, pundonor y coraje a los pacenses.


Hacía días que el General Menacho había decidido triunfar o morir en aquella plaza, y como era habitual en él, aquel 4 de marzo volvía a dirigir a sus tropas desde lo alto de la muralla. Sólo en una ocasión, cuando un balazo en la pierna le imposibilitó mantenerse en pie, guardó reposo dos días. Al tercero, sus oficiales le comunicaban que la población estaba alarmada por no ver a su General sobre la muralla, y apoyado sobre un bastón y su Sargento Mayor, volvió a tomar su posición habitual para dirigir las operaciones. Nunca más volvió a faltar de su puesto el General Menacho hasta aquella tarde del 4 de marzo; cuando presenciando los estragos que en las líneas franceses causaban los granaderos españoles, una bala de metralla le penetró por el costado, dejándole mortalmente herido. Apenas siete minutos duró su agonía, y en lugar de dedicarlos a sus seres queridos, se lamentaba por no poder seguir siendo útil a la Patria. Al fin y al cabo, días antes, presagiando su destino, don Rafael, elegante en el vestir, de buena presencia, amable, firme en el mando, eficaz, osado y buen conocedor de su oficio, se había despedido de su esposa:

“Si; cualquiera que sea mi suerte, vencedor o muerto, la tuya será siempre envidiable. Aquella es, dirán todos señalándote con el dedo, aquella es la mujer o la viuda, y aquellos son los hijos de Menacho”