Confieso que hasta hace relativamente poco no me había parado a mirar detenidamente la precisa ejecución de una media verónica de rodillas frente a un toro. Tampoco sabía que esa danza en la que torero y animal giran en torno a un capote se llamaba chicuelina. De estos y otros lances tuve que aprender a marchas forzadas cuando D. Julián Lanzarote, a mi juicio el mejor Alcalde que ha tenido la ciudad de Salamanca, me encargó el monumento a Julio Robles.
No tuve el honor de conocer al maestro en vida y apenas disponía de algunas fotos en las que inspirarme. Los que me conocéis, sabéis de mi afán por meterme en la piel de mi "representado", así que me arme de valor torero, cogí las páginas amarillas y llamé a quienes le conocieron en persona. Su fiel mozo de espadas, Limo, me recibió con los brazos abiertos y fue guiándome a través de un mundo cálido y acogedor. En el camino que suponía acercarme a la figura del maestro, tuve la fortuna de incorporar al proyecto al sastre Justo Algaba, virtuoso del bordado, de los alamares y de la moda taurina. Sastre de toreros en general y de Julio Robles en particular, fue fundamental en la buena conclusión de la escultura. Las costuras, las arrugas propias de una taleguilla bien ceñida, el bordado de la media y el corbatín acusando la faena pero bien plantao, iban vistiendo a Julio, el hombre, hasta convertirlo en Robles, el maestro.
Los días pasaban rápido, mi buen amigo y periodista Paco Cañamero me mantenía al tanto de las novedades taurinas mientras yo le adelantaba los avances de la estatua. Había mucha expectación creada, pero nunca antes había trabajado tan tranquilo. Ni mi próxima paternidad me alteraba lo más mínimo. Estaba a gusto con el maestro. Ahí andábamos los dos, el enseñándome un arte nuevo para mi, y yo, mostrándole un arte nuevo para él.
Si algo aprendí en aquellos meses fue a no tener miedo, pero si respeto. Y ese respeto se vio culminado el día que entró por la puerta de mi estudio Victoriano Valencia. Venía acompañado y un silencio sepulcral invadió el taller. Como apoderado de Julio Robles, y responsable de su imagen torera, todos los allí presentes, esperábamos su veredicto casi sin respirar. Silencioso y pensativo D. Victoriano caminaba alrededor de la estatua, alzaba la cabeza y le miraba a la cara, se alejaba de Julio, cerraba los ojos para recordar sus tardes de triunfo y después de mucho meditar, respiró y dijo: "Esa arruga del pantalón no debería estar ahí". Todos respiramos, sonreímos y un murmullo satisfecho dio comienzo a una velada llena de anécdotas taurinas.
Mi trabajo estaba cumplido. Sólo quedaba inaugurar. Esperamos al primer aniversario de la muerte del diestro para hacer de aquel día, un homenaje inolvidable y cargado de emoción. A pesar de que estuvo presente medio Salamanca había una persona a la que se le notaba por encima del resto la satisfacción y el orgullo del homenaje debido, el Alcalde Julián Lanzarote. Cuando el monumento se desveló, nos rompimos todos las manos a apludir, nos desgañitamos llamándole "maestro" y sacámos pañuelos blancos recordando sus tardes de gloria en "La Glorieta". Fue un día espectacular y en su recuerdo, aún a día de hoy, cada 14 de enero se hace un emotivo acto a los pies de la estatua.
Y así, con permiso de la autoridad y si el tiempo no lo impide, el maestro nos brindará cada tarde, desde la plaza que le vio crecer, su mejor faena: haber dedicado tardes de gloria y triunfo al pueblo de Salamanca.
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