En la última semana me ha surgido comentar la misma anécdota en dos ocasiones, así que se me ocurre compartirla también con vosotros. En los tiempos que corren, en que los católicos estamos siendo vapuleados y en algunos países exterminados, me parece de lo más apropiado contaros mi experiencia mientras estuve trabajando en el Monumento al Peregrino.
Allá por 2004, andaba yo realizando unas esculturas para la Fundación COFARES que servían como Premio al Farmacéutico Ejemplar y que la entonces Reina, Dña. Sofía, entregaba en el Teatro Real a personas relevantes del mundo farmacéutico. Con relevantes, no me refiero a importantes o poderosas compañías farmacéuticas, sino a personas vinculadas que por su labor social merecen el reconocimiento de todos.
El Jefe se los Servicios de Urgencias en Nueva York, Luis Rojas Marcos,
recibiendo el galardón de manos de Dña. Sofía
Aquel trabajo me granjeó una amistad y profundo respeto con el Presidente del Grupo COFARES, D. Olegario. No me atreveré a decir que aún a día de hoy le considero mi mentor y mecenas en mis inicios artísticos, pero casi. La historia que quiero compartir con vosotros, empieza el día que D. Olegario me encarga un monumento al Peregrino Xacobeo que se ubicaría en el Camino de Santiago.
Andábamos mal de tiempo de cara a la inauguración, tenía que ingeniármelas para hacer en poco tiempo las sandalias, el sombrero y demás aderezos. Para no complicarme mucho, decidí cortar la rama de un árbol para sacarle un molde directamente cuando llegara el momento.
La escultura, en principio, era sencilla. Una túnica, una vara de caminante (o cayado) y algún elemento significativo como la calabaza y la concha del peregrino. Como quería distinguir mi escultura del resto de monumentos peregrinos no quise cubrirle con el sombrero de ala ancha doblado; y ahí vino el problema, creo. Resulta que no tenía claro como representar a un peregrino en el que todos los caminantes se vieran reflejados, y todas las intentonas de modelar la cara acababan igual, emborronadas y volviendo a empezar. Cuando llegan esos momentos en los que no encuentras el camino, es cuando más receptivo estás a cualquier inspiración. Pues bien, hubo una noche en la que, incapaz de dormir por la angustia, me bajé al estudio. No tenía intención de trabajar, sólo dar un paseo alrededor de la escultura e intentar poner algo en claro, pero no pude contenerme y destapé el barro. El peregrino me estaba esperando, me estaba llamando y yo, atento, le escuché. Me puse a trabajar con un ánimo diferente. Cada palillazo que daba lo sentía perfecto, cada pedazo de barro iba a su sitio, la proporción surgía de forma automática. Aquella noche trabajé sorprendentemente feliz, pero al llegar el alba y ver el resultado, me asaltó una duda enorme. Quizá no era correcto lo que había hecho, así que, antes de continuar llamé a D. Olegario de urgencia. Dos horas después, llamó a la puerta y al abrir, sin llegar a cruzar el umbral, abrió los ojos como platos y exclamó: "Jesús".
Efectivamente, sin ser mi voluntad, el resultado de aquella inspiración inesperada era un Cristo peregrino. Miré a D. Olegario con preocupación, pero su gesto revelaba una mezcla de misticismo y felicidad digno de ver. "Salvador, no la toques", y así se quedó:
Quedaban los detalles finales, y llegó el momento de sacar el molde a la rama de árbol que había cortado semanas atrás. Cual fue mi reacción cuando al abrir el molde de silicona y sacar la rama, ésta se había llenado de brotes!. No era posible, llevaba muchos días cortada y había pasado 24 horas envuelta en productos químicos. Seguramente habrá una explicación lógica, pero prefiero pensar que todo el trabajo del Monumento al Peregrino estuvo bendecido por un misterio divino.
La inauguración fue de las más emocionantes que he vivido, tantos sufrimientos y tantas alegrías viéndose erigidas en el imponente Hospital del Rey en Burgos. No fui el único que vivió aquellos días de forma tan intensa. Me despido con el emocionado abrazo entre D. Olegario y el osado escultor que se atrevió a humanizar a Dios