Articulo para el Nº 12 de FD Magazine. Por Amanda González
Amanece en Badajoz y la ciudad aún parece dormir. Es un
miércoles primaveral de 2019, víspera de Semana Santa, y en silencio, sin
estridencias ni alaracas, llega el General Menacho al lugar que le vio morir 207
años atrás. Aún mantiene el porte esbelto y elegante que relataban las crónicas
de la época. Conserva la casaca corta con las solapas vueltas e impecablemente
abotonadas al cuello, y el fajín carmesí bien ajustado al cuerpo sin mostrar el
desaliño propio de quien lleva horas combatiendo. Nada en él indica que lleva
resistiendo un asedio de 38 días. Hasta el sombrero de dos picos se mantiene
“graciosamente ladeado” tal y como se permitía extraoficialmente, y es que lo de
ser español, en una guerra como la mal llamada de Independencia, tenía que
notarse hasta en el más mínimo detalle. Menacho había madrugado aquel día, y
nadie le esperaba aún. Sólo su escultor, el que le había modelado en arcilla e
inmortalizado en bronce, aguardaba nervioso para comenzar la instalación de un
monumento que llevaba años pidiendo a gritos su lugar en la memoria colectiva de
los pacenses.
El proyecto de recuperación de la figura de Menacho
llevaba muchos años de recorrido. Si bien el General da nombre a multitud de
lugares emblemáticos, hasta ahora sólo contábamos con un retrato posterior a su
muerte como referencia iconográfica. Quizá, por la necesidad de crear un símbolo
reconocible y porque el valor didáctico de la estatuaria pública tiene la
cualidad de permanecer durante siglos en el ideario colectivo, la sociedad civil
pacense impulsó la creación de un monumento que sacara a Menacho del ámbito
académico y le devolviera al pueblo por quien entregó la vida. Porque si de algo
puede presumir la Defensa de Badajoz de 1811 es de haber cohesionado a civiles y
militares en un solo grito de resistencia:
Corrían los últimos días del mes de enero cuando las
tropas del Mariscal Soult, sugestionadas positivamente por la fácil victoria que
habían obtenido en Olivenza, tomaron posiciones en torno a Badajoz. Se trataba
de un punto estratégico en el mapa por ser ciudad fronteriza y enclave
imprescindible para asegurar las comunicaciones. Pero precisamente el carácter
limítrofe de la ciudad la había dotado de ciertos elementos defensivos, que,
aunque no se encontraban en perfectas condiciones, constituían un buen punto de
partida desde donde organizar las defensas. Las muralla estaba aceptablemente
equipada con más de cien piezas de artillería montadas en las fortificaciones y
baluartes, pero en previsión de un largo asedio y de la tardanza en recibir
ayuda, había que pensar en las provisiones, y a pesar de que el cerco era ya
cerrado e impenetrable, Menacho dio orden al Batallón de Voluntarios Catalanes
de salir y desalojar a los enemigos de las tenerías donde se encontraban
acampados, para poder llegar al molino y sacar las cien fanegas de trigo que,
con las prisas por buscar refugio, los molineros olvidaron cuando los franceses
asomaron en las cercanías. No iban a desaprovechar ese extra de alimento y mucho
menos, darle de comer al enemigo. Como tampoco facilitarían los trabajos de
asentamiento y trinchera. Los catalanes, al mando de Bassecourt, desbarataban,
una y otra vez, la organización y ataques franceses con rápidas incursiones que,
sin resultar ostentosamente decisivas, servían para incomodar al adversario y
hacerle la estancia lo más molesta posible. Pareciera que estas continuas
salidas fueran parte de la estrategia de defensa de la plaza, y que la eficaz
colaboración entre la guarnición y los paisanos constituyera un plan para
mantener elevada la moral de los sitiados. Moral que no hizo más que
acrecentarse cuando Menacho rechazó el dos de febrero la oferta de rendición que
le hacía el Mariscal francés. Moral que se tornaba en entusiasmo cuando, siendo
la Catedral objeto de bombardeo, “se nombraron cuatro vecinos que se fuesen
relevando en la torre de San Juan para que diese tres campanadas cuando vinieran
bombas, dos cuando granada y una cuando fuese cañonazo, y de este modo el
vecindario acudía a los parajes que consideraba más seguros”. Moral que incluso
cayendo herido Menacho, por una bala en el muslo derecho, por situarse en lo
alto de la muralla para dirigir a los 600 hombres que pretendían inutilizar las
piezas de artillería francesas, no desfalleció, combatiendo las dificultades con
la confianza en el triunfo. El diecinueve de febrero, en una arriesgada
maniobra, Soult cruza el Guadiana y el cerco se cerró por completo sobre la
ciudad de Badajoz. Con escasas probabilidades de recibir ayuda, Menacho se
apresta a triunfar o morir. El mariscal francés, creyendo que la desesperación
ahondaría en el corazón de quienes resistían con el coraje que despierta quien
ejerce el liderazgo con el ejemplo, propone de nuevo la rendición. ¿La respuesta
de Menacho?. ¡Viva la Patria!. Ni las tretas francesas instando a los españoles
a no seguir la actitud obcecada de su General, ni los destrozos en el baluarte
de Santiago ocasionados por el cañoneo incesante, fueron suficientes para que
mermara un ápice el arrojo con que la ciudad entera enfrentaba al invasor. Las
salidas continuaron a pesar de los evidentes riesgos. Romper el cerco y el ánimo
del enemigo seguía siendo nuestra mejor arma. Hasta el 4 de marzo. Aquel
fatídico día, una bala de metralla rompió el cuerpo de Menacho. Su alma
inquebrantable no fue suficiente para contener el destrozo en su costado.
Cuentan quienes lo asistieron, que aún vivió durante 7 minutos, tiempo que
empleó en lamentar no poder seguir siendo útil a la Patria. La pusilanimidad con
que actuaron posteriormente las autoridades dice mucho del carácter con el que
la ciudad de Badajoz se mantuvo en pie mientras el General Menacho guiaba el
espíritu indomable de todo un pueblo.
Y así, con una de las muchas muertes heroicas que nos
dejó la guerra contra en francés de 1808, el escultor Salvador Amaya tuvo que
enfrentarse al reto de reproducir en arcilla un instante. Un solo momento de
aquel asedio que dos siglos atrás había marcado la identidad de un pueblo. Para
un proyecto tan apasionante quiso contar con la colaboración de Augusto
Ferrer-Dalmau, pintor extraordinario amén de profundo conocedor de las gestas
más gloriosas de nuestra historia. Recogió el guante y elaboró un boceto en el
que de un simple vistazo quedaran patentes las virtudes que mostró Menacho
durante el Sitio: arrojo, dignidad y épica fueron las claves a representar. Así
que con unas líneas maestras sobre las que empezar a dar forma al General,
dieron comienzos los trabajos de realización de la escultura. Se elaboró la
estructura metálica que daría solidez a las formas arcillosas, y una vez
establecidas las cotas que proporcionan la escultura y conforman las
dimensiones, se procedió a modelar la obra con la composición que sugería el
boceto. Variables como la complexión del personaje fueron definiéndose según
pedía la escultura, como si teniendo vida propia, quisiera mostrarse a su
creador convirtiéndole en un mero revelador de formas. Luego vendrían detalles
como botones, costuras y el patronaje de un uniforme militar, aspectos técnicos
que pasan desapercibidos para el espectador novel pero los más avezados aprecian
y valoran. Un gesto en el ceño que muestra carácter, una mano con los dedos
abiertos que evidencian la tensión del momento, o la rigidez del cuádriceps que
aporta equilibrio a un Menacho dispuesto a enfrentar al enemigo, serían los
elementos determinantes que dieran vida a la escultura. Una serie de procesos
técnicos convirtieron la dúctil arcilla en sólido bronce, y como si de magia
alquímica se tratase, esa conversión de materiales transfiguraba una escultura
realizada en material alterable en un General Menacho reconvertido en inmortal,
invariable, fiel a la imagen que ideó el escultor. Un Menacho que, sobre su
pedestal en la actual avenida de Huelva, antiguo baluarte de Santiago, asimila
como propia la naturaleza valiente del pueblo que elevó a los altares el
sacrificio de quien insufló en sus espíritus arrojo y dignidad
Revista completa: https://online.fliphtml5.com/dbzuo/rfed/
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