4 de marzo de 1811. Badajoz. Plaza estratégica para las comunicaciones de los ejércitos napoleónicos. La ciudad lleva semanas sitiada por las tropas del mariscal Soult y, aún a sabiendas de que las posibilidades de recibir ayuda son cada día más improbables, los españoles resisten el fuego de artillería francés empujados por la determinación de su General, Rafael Menacho. Su respuesta a la última propuesta de rendición había sido un ¡Viva la Patria!, que días después seguía resonando dentro de los muros de la ciudad y contagiaba de ánimo, pundonor y coraje a los pacenses.
Hacía días que el General Menacho había decidido triunfar o
morir en aquella plaza, y como era habitual en él, aquel 4 de marzo volvía a
dirigir a sus tropas desde lo alto de la muralla. Sólo en una ocasión, cuando
un balazo en la pierna le imposibilitó mantenerse en pie, guardó reposo dos
días. Al tercero, sus oficiales le comunicaban que la población estaba alarmada
por no ver a su General sobre la muralla, y apoyado sobre un bastón y su
Sargento Mayor, volvió a tomar su posición habitual para dirigir las
operaciones. Nunca más volvió a faltar de su puesto el General Menacho hasta
aquella tarde del 4 de marzo; cuando presenciando los estragos que en las
líneas franceses causaban los granaderos españoles, una bala de metralla le
penetró por el costado, dejándole mortalmente herido. Apenas siete minutos duró
su agonía, y en lugar de dedicarlos a sus seres queridos, se lamentaba por no
poder seguir siendo útil a la Patria. Al fin y al cabo, días antes, presagiando
su destino, don Rafael, elegante en el vestir, de buena presencia, amable,
firme en el mando, eficaz, osado y buen conocedor de su oficio, se había
despedido de su esposa:
“Si; cualquiera que sea mi suerte, vencedor o muerto, la
tuya será siempre envidiable. Aquella es, dirán todos señalándote con el dedo,
aquella es la mujer o la viuda, y aquellos son los hijos de Menacho”
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