El arte es la materialización de un delirio

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domingo, 4 de marzo de 2018

La muerte épica



4 de marzo de 1811. Badajoz. Plaza estratégica para las comunicaciones de los ejércitos napoleónicos. La ciudad lleva semanas sitiada por las tropas del mariscal Soult y, aún a sabiendas de que las posibilidades de recibir ayuda son cada día más improbables, los españoles resisten el fuego de artillería francés empujados por la determinación de su General, Rafael Menacho. Su respuesta a la última propuesta de rendición había sido un ¡Viva la Patria!, que días después seguía resonando dentro de los muros de la ciudad y contagiaba de ánimo, pundonor y coraje a los pacenses.


Hacía días que el General Menacho había decidido triunfar o morir en aquella plaza, y como era habitual en él, aquel 4 de marzo volvía a dirigir a sus tropas desde lo alto de la muralla. Sólo en una ocasión, cuando un balazo en la pierna le imposibilitó mantenerse en pie, guardó reposo dos días. Al tercero, sus oficiales le comunicaban que la población estaba alarmada por no ver a su General sobre la muralla, y apoyado sobre un bastón y su Sargento Mayor, volvió a tomar su posición habitual para dirigir las operaciones. Nunca más volvió a faltar de su puesto el General Menacho hasta aquella tarde del 4 de marzo; cuando presenciando los estragos que en las líneas franceses causaban los granaderos españoles, una bala de metralla le penetró por el costado, dejándole mortalmente herido. Apenas siete minutos duró su agonía, y en lugar de dedicarlos a sus seres queridos, se lamentaba por no poder seguir siendo útil a la Patria. Al fin y al cabo, días antes, presagiando su destino, don Rafael, elegante en el vestir, de buena presencia, amable, firme en el mando, eficaz, osado y buen conocedor de su oficio, se había despedido de su esposa:

“Si; cualquiera que sea mi suerte, vencedor o muerto, la tuya será siempre envidiable. Aquella es, dirán todos señalándote con el dedo, aquella es la mujer o la viuda, y aquellos son los hijos de Menacho”


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