El arte es la materialización de un delirio

El arte es la materialización de un delirio

martes, 20 de mayo de 2025

 PALABPALABRAS JEME CÉDULAS



NOMBRAMIENTO COMO EMBAJADOR DE LA MARCA EJÉRCITO

PALABRAS DEL JEME EN EL ACTO DE ENTREGA DE LA CÉDULA


Señoras y señores.

En primer lugar, gracias a todos ustedes por haber acudido a este   Salón   de   Embajadores   del Palacio de Buenavista, sede   del Cuartel General del Ejército, para tomar parte en la entrega de los distintivos que acreditan a don Matías Prats Luque y don Salvador Amaya Sánchez como Embajadores de Marca Ejército. Su presencia, además de dar una mayor relevancia a esta emotiva ceremonia, es prueba de la importancia que ustedes otorgan a la condición de los nuevos Embajadores.  Hoy   rendimos   homenaje   y   damos   la   bienvenida   a   dos personalidades cuya trayectoria, en ámbitos bien distintos, converge en un mismo punto: la excelencia profesional y el compromiso con los valores. Ambos se incorporan hoy a la familia de Embajadores de Marca Ejército, y lo hacen con el aval de una vida dedicada al esfuerzo, al rigor y al compromiso.

 


Don   Salvador   Amaya   es escultor   y   a   la   vez   cronista   de nuestra   historia.   Nacido   en   Madrid   en   1970, hijo   del   reconocido escultor Marino Amaya, creció inmerso en un ambiente artístico que moldeó   su   vocación   desde   temprana   edad.   Aunque   inicialmente aspiraba   a   una   carrera militar, las   circunstancias lo llevaron a canalizar   su   pasión   por   la   historia   y   la   milicia   a   través   del   arte, convirtiéndose en un referente cuya obra ha revitalizado la escultura histórica en España.

Cabe destacar que cada una de sus obras es el resultado de una concienzuda investigación y una profunda conexión emocionalcon el personaje o evento representado. Como él mismo ha dicho, no se trata solo de reproducir figuras, sino de capturar el espíritu y la esencia de los protagonistas de la historia. Y es merced a ese trabajo detallista y meticuloso que permite que la creación artística transmita emociones y valores, con lo que la escultura tradicional puede hacer frente a los nuevos desafíos de la era digital, como la proliferación   de   tecnologías o la impresión 3D que facilita la producción de figuras tridimensionales.

Su obra destaca por su fuerza expresiva, su profundo respeto hacia las figuras que representa y su fidelidad a la escuela clásica, siendo   sus   referentes   desde   los   maestros   renacentistas   italianos hasta   nuestros   clásicos   como   Benlliure,   Marinas   o   Querol.   Sin embargo, su mayor influencia fue su padre, de quien aprendió no sólo las técnicas del oficio, sino también valores como el amor y el respeto por la escultura.


Son numerosos los ejemplos de su enfoque, como   el imponente monumento al almirante don Blas de Lezo, erigido frente al Museo Naval, el monumento dedicado a los Héroes de Baler en la plaza del conde del Valle de Suchil (rayana a Alberto Aguilera), y la   escultura   conmemorativa   del   centenario   de   la   Legión   Española frente al Estado Mayor de la Defensa. Otras obras suyas, como las dedicadas al general Bernardo de Gálvez, a   la   reina Isabel la Católica, a don Ramón María del Valle-Inclán o a Miguel de Cervantes, reflejan ese mismo impulso   por preservar, dignificar y transmitir nuestro legado histórico.

Con la clara convicción de que el arte escultórico tiene el poder de conectar el pasado con el presente, de rendir homenaje a los héroes olvidados y de inspirar a las generaciones futuras, sus obras son un testimonio tangible de la historia y un recordatorio de que, como él mismo afirma, "sin historia no hay futuro; seríamos una sociedad con pies de barro abocada a desaparecer". Es por eso que sus esculturas no son simples figuras: son lecciones de historia, personalidades que encarnaron los valores de nuestra Patria y símbolos que invitan a la reflexión y a la memoria.

La relación de don Salvador con nuestras Fuerzas Armadas ha sido constante. Ha trabajado de la mano con el Ejército de Tierra, con la Armada y con distintas instituciones y fundaciones vinculadas   a   la   defensa. Sus obras presiden espacios de honor, museos militares y plazas públicas. Ha logrado, a través del arte, mantener vivo el hilo que une el pasado con el presente y la gesta con el servicio actual. Su compromiso con la cultura de defensa es firme, continuado y generoso, poniendo su talento al servicio de la nación   con   humildad, pasión, excelencia y, sobre todo, con gran generosidad. Además de una reproducción en menor tamaño de la escultura dedicada a los héroes de Baler que adorna el Salón de Ayudantes, nuestro Salón Goya está presidido por un busto de Su Majestad   el   Rey   don   Felipe   VI   en   uniforme   militar, donado altruistamente por Salvador para el Palacio de Buenavista.



Embajadores, ya habéis recibido reconocimientos previos por parte de nuestro Ejército: Matías, soldado honorífico del Regimiento de Transmisiones nº 22, en 2014; Salvador, cruz del mérito militar con   distintivo   blanco, en   2020.   Por   ello, os pido que no veáis en vuestro nombramiento un reconocimiento, sino un compromiso. No habéis obtenido un privilegio, habéis aceptado un servicio. Siendo embajadores de Marca Ejército, os habéis comprometido a “ser un vínculo entre el Ejército y la sociedad de la que forma parte y a la que sirve”.

Ese compromiso se manifiesta en dos funciones. La primera, en transmitir nuestros valores y, en su caso, nuestro buen hacer al resto   de   la   sociedad   fortaleciendo   su   vínculo   con   la   defensa   de España.   La segunda, ayudarnos, con vuestro ejemplo, a ser mejores ciudadanos y mejores militares, a que “El   Ejército: la Fuerza de los Valores”, además de ser un lema, sea también una vibrante realidad.

Vuestro nombramiento es un reconocimiento de que atesoráis de forma excelente esos valores, pero sobre todo de la confianza que   ejerceréis   las responsabilidades   de   Embajador   de   Marca Ejército   con   el   mismo compromiso   que   ha   caracterizado   toda vuestra   carrera. En nombre del   Ejército de   Tierra, os doy la más cálida bienvenida a esta responsabilidad y os agradezco que hayáis aceptado ser parte activa de nuestro proyecto.ME CÉDULS

EMBAJADORES MARCA


El JEME con los nuevos embajadores

 

NUEVO BUSTO DE FELIPE VI EN EL PALACIO DE BUENAVISTA


Texto: Ana Vercher/Madrid

Fotos: Bgda. J. M. Dueñas




 El Jefe de Estado Mayor del Ejército (JEME), general de ejército Amador Enseñat, ha presidido el acto de donación de un busto de Su Majestad el Rey, Felipe VI, obra del escultor Salvador Amaya. La ceremonia se celebró el 2 de abril, en el Palacio de Buenavista —sede del Cuartel General del Ejército de Tierra—, y al mismo acudieron numerosas autoridades militares.

En sus palabras, el JEME ha agradecido a Amaya su generosidad, a la par que ha destacado «su capacidad para capturar el alma de aquellos a quienes retrata, tanto de la actualidad como del pasado. Sin duda, la obra de Salvador Amaya es rica en homenajes a la historia y a los héroes del Ejército de Tierra, con la que refleja su profundo conocimiento y aprecio por las Fuerzas Armadas».

Realizado en bronce, Amaya decidió donar esta obra como agradecimiento al buen trato que, indicó, el Ejército siempre le ha dado: «La milicia es mi vocación frustrada, aunque quizá el destino pensó que hago mejor labor ensalzando los valores y gestas castrenses de otro modo, a través de esta expresión artística», aseguró el escultor.

Asimismo, el hecho de que sea un busto de Felipe VI es debido a que considera necesario que el Cuartel General del Ejército de Tierra «tenga un retrato escultórico actualizado del Primer Soldado de España».



SALVADOR AMAYA

Nacido en Madrid en 1970, Amaya ha encontrado en la escultura la forma perfecta de dar mayor visibilidad al legado artístico e histórico que atesora la cultura hispánica. Algo que hace recuperando figuras de gran importancia, algunas conocidas por todos y otras olvidadas. La reina Isabel la Católica, el cardenal Cisneros, el almirante Blas de Lezo, el general Menacho o Cervantes, son algunos de ellos. Junto a estos, otros más actuales como Torrente Ballester o el mencionado Felipe VI. «Es una manera de que la posteridad les reconozca y de acercar su figura, no solo desde los hechos sino, también, desde lo más tangibles: sus rasgos físicos o, incluso, la manera en que querían ser representados», explicó el escultor.

Para ello, procura ser lo más veraz posible, acercándose al personaje y su época: «Leo todo lo que cae en mis manos: biografías, crónicas, estudios… y pido asesoramiento a expertos».

Centrado en el monumento público, numerosas ciudades de España cuentan con algunas de sus obras. Pero no solo el territorio nacional se beneficia de su buen hacer: Washington D.C. (Estados Unidos) o Monterrey (México) son otros lugares internacionales donde también están expuestos sus trabajos.




viernes, 7 de febrero de 2025

Entrevista al escultor madrileño, Salvador Amaya.

Entrevista para Gabriela Campos

 

Moratalaz: historia de un Encuentro

El 4 de febrero de 2025, el presidente de la Junta Municipal de Moratalaz inaugura, la restauración de la emblemática escultura que dio nombre a la Plaza del Encuentro

 

Por Amanda González

 


Los que hemos crecido en una gran ciudad, tenemos cierta sensación de que esa ciudad se limita a nuestro barrio. El barrio viene a ser ese sentimiento de localismo que puede tener un trujillano respecto a Cáceres o un macoterano respecto a Salamanca. Es el lugar donde hemos crecido y donde, posiblemente, hemos sido inmensamente felices. Es el descampado donde jugábamos al futbol, el parque donde tu primer amor y tú os escondisteis para daros un beso, o el callejón donde aprendiste a aspirar el humo de un cigarrillo robado a tu padre. El barrio son los recuerdos de tu infancia y juventud que provocan humedad en tus ojos cuando asaltan tu mente, la forja de carácter para los jóvenes y añoranza para los más viejos.

En Madrid permanecen algunos de esos barrios con sabor a nostalgia, y uno de ellos se llama Moratalaz. O Morat Alfaz. Un campo sembrado en altura que fue concedido a la Orden de Calatrava en 1206, y que fue pasando de mano en mano hasta que la capital de España decidió expandirse hacia la carretera de Valencia.

No fue hasta los años 60 del siglo pasado, cuando Moratalaz tomó conciencia de si mismo y decidió convertirse en refugio de quienes llegaban a Madrid con la esperanza de encontrar un futuro mejor. Fue en aquellos años en los que el Madrid actual comenzaba a configurarse como ciudad abierta a emigrantes, venidos de todos los rincones de la geografía española, en busca de nuevas oportunidades, cuando la empresa constructora Urbis se encargó de dar forma al barrio de Moratalaz. En 1957, el régimen de Franco creó el tan añorado, actualmente, Ministerio de la Vivienda poniendo en marcha inmediatamente el Plan de Urgencia Social. Urbis se apresuró a comprar la mayoría de los terrenos del nuevo barrio proyectado, y el Ministerio acordó con la empresa la construcción de 500 viviendas subvencionadas para dar una solución habitacional urgente. Siendo Urbis, en aquel entonces, una constructora solvente y de gran proyección, se atrevió no con 500, sino con 5.000 viviendas.



Los moradores de aquellas 5.000 viviendas formaron familias y construyeron su hogar en aquel barrio receptor de nuevos madrileños, que lejos de sentirse en tierra extraña, crearon un Moratalaz con carácter propio. Aquellos vecinos, totalmente decididos a lograr que el barrio prosperara, lo llenaron de niños hasta ganarse el sobrenombre de “el barrio del chupete”, y fruto de aquel empeño y consecuencia del transcurrir de las vidas de los vecinos, Urbis les regaló dos hermosas maternidades en forma de escultura. Don Manuel de la Quintana, fundador de la empresa constructora, encontró en el escultor Marino Amaya el cómplice perfecto para dotar al barrio de iconos visuales con los que los vecinos se sintieran representados. Amaya, escultor leonés afincado en Madrid, era conocido como El escultor de los niños. Sus figuras infantiles, redonditas, de volúmenes sencillos, desprendían una infinita ternura. Niñas con su muñeca o montando en bici; niños con sombreritos de papel o jugando con caballos de madera; grupos infantiles jugando a «saltar al burro» o al corro de la patata. Esculturas que desbordaban inocencia y alegría de vivir.

El escultor Amaya creó varias obras que llenaron los jardines de los bloques de pisos que comenzaron a llenar Moratalaz de vida. Tanta, que fruto del paso del tiempo y de la aparición de los vándalos, fueron desapareciendo. Cabe decir, que todas las esculturas se tallaron en piedra de Colmenar, y aunque esta es un material que resiste bien la intemperie, no aguanta tan bien los embistes destructivos de los enemigos de los bienes comunitarios.



La única escultura que ha aguantado en pie, ha sido una hermosa maternidad formada por una robusta madre con un niño en brazos y otro, más mayorcito y juguetón sujeto para no salir corriendo. Esta maternidad, recientemente restaurada con una limpieza profunda se encuentra en la plaza del corregidor Alonso de Aguilar. Peor suerte corrió el grupo escultórico que daba nombre a la plaza del Encuentro. Una mamá, arrodillada para quedar a la altura de su pequeño, le espera con los brazos abiertos, mientras el niño se lanza hacia ella con sus bracitos también extendidos. De aquellas esculturas solo quedó la base que sostenía al niño y el torso de la madre. Sin saber muy bien qué hacer con aquellos restos, la Junta municipal del distrito los instaló a la entrada de su sede haciendo de ellos un símbolo. Muchos de los que llegaban a la Junta a arreglar papeleos sabían perfectamente que aquella piedra sin brazos ni piernas fue antaño una madre. Otros, los vecinos más nuevos, no sabían de qué se trataba aquella mole pétrea, e incluso sospechaban que podía tratarse de un hallazgo arqueológico encontrado durante las excavaciones de alguna de las innumerables obras de acondicionamiento urbano.

Fue en 2016, dentro de la iniciativa «Decide Madrid» del gobierno de Manuela Carmena, cuando se escuchó a los vecinos pedir la restitución del grupo escultórico justificándolo como que: «Es un sentir casi unánime de los vecinos del distrito de Moratalaz que este grupo escultórico es un emblema histórico de nuestro distrito hasta su destrucción por el vandalismo.» En 2021, el portavoz adjunto de Vox en el distrito de Moratalaz preguntaba en la sesión ordinaria del 12 de mayo por el destino de los restos del monumento al Encuentro y que, ya que estaban abandonados en las dependencias de la Junta Municipal, si se había pensado en una posible restitución. En marzo de 2024, Vox volvió a insistir y esta vez su petición fue escuchada. Un nuevo concejal presidía el distrito de Moratalaz, y casualmente era tan leonés como el escultor Marino Amaya, fallecido diez años atrás. Ignacio Pezuela recogió el testigo. Estaba decidido a recuperar la memoria histórica del barrio, y sucedió lo que nunca visto antes: un responsable político llamando a la familia de un artista fallecido para consultar la mejor manera de honrar su obra.

Carambolas del destino que el hijo de Marino Amaya había heredado la profesión de su padre, y aunque el estilo y la temática de su obra, había tomado otros derroteros, nadie conocía tan profundamente la obra de su padre como él. Salvador Amaya no era ningún desconocido en Madrid. A pesar de que el ayuntamiento de la Capital, jamás le había proporcionado encargo alguno ni financiación, Salvador había conseguido erigir importantes monumentos públicos. Abrió la puerta —que llevaba cerrada al menos ocho décadas— a la escultura de corte histórico militar con un gran monumento al marino Blas de Lezo, gracias a ganas un concurso internacional de carácter privado. La estatua se ubicó en los Jardines del Descubrimiento en tiempos de Ana Botella con una gran inauguración a la que asistió la plana mayor de la Armada, numerosos políticos de prestigio, miles de ciudadanos que con sus aportaciones económicas habían hecho posible el monumento, así como el embajador de Colombia y el Rey emérito don Juan Carlos I de Borbón. Al monumento a Blas de Lezo siguieron el erigido en conmemoración a los Héroes de Baler (más conocidos como Los Últimos de Filipinas) en los Jardines de la Plaza del Conde de Valle-Suchil, y el monumento a La Legión en la Plaza de San Juan de la Cruz con motivo del centenario de su fundación, ambos sufragados por suscripción popular.



Esta vez, Amaya, se enfrentaba a un reto técnico y emocional. Por una parte, debía dejar atrás su estilo clásico y realista para abrazar una figuración esquemática donde apenas importaban las proporciones y la corrección anatómica. Ni siquiera las formas importaban, solo los volúmenes; pero esos volúmenes debían representar claramente una realidad física y unas emociones. No era tarea fácil, y aunque conocía bien la obra de su padre, viajó a Ronda a ver en directo la que posiblemente era la mayor colección de esculturas de Marino Amaya. Quiso la providencia que la Fundación Unicaja recopilara todas las obras que atesoraba de Marino Amaya y las mostrara en una exposición que duraría todo el verano de 2024. Allí se presentó Salvador, cámara en mano, aunque cuando la vigilancia se despistaba, no podía resistir la tentación de acariciar aquellos volúmenes suaves y redondeados. Piedras y bronces daban cuenta de la evolución de un artista que había pasado por modelar niños tristes —posiblemente inspirados en recuerdos de su infancia—, niños juguetones —recuerdo de sus hijos— y maternidades —reflejo espiritual de una época donde primaba el sentido de familia por encima del individualismo hedonista—.

Una vez superadas las dudas estilísticas, Salvador tuvo que decidir cuál era la mejor manera de recrear y respetar la obra perdida. Solo contaba con dos fotografías muy antiguas y los restos vandalizados custodiados en la Junta de Distrito. Estos últimos le servirían para calcular las dimensiones de la obra original. En cualquier otro caso, Salvador habría empezado a modelar desde la nada, pero existiendo una base, decidió que solo modelaría las partes desaparecidas, aunque cabe recordar que del niño que corría hacia la mamá no quedaba rastro. Se escanearon los restos de la madre y la base donde apoyaban los pies del niño, y se reprodujeron a escala real en escayola. A partir de ahí Salvador modeló las piernas, brazos y cabeza de la madre. El niño hubo de crearlo desde cero. Cierto es que en la base vandalizada se podía apreciar el arranque de los piececitos desnudos, pero no había más. Y las fotos eran tan antiguas que apenas se apreciaban detalles, así que Salvador tuvo que recurrir a su madre para que le resolviera dudas como si el niño llevaba o no pantaloncitos. El niño quedó desnudito, de cintura para abajo. Tal y como era el original. Original creado en una época donde nadie se escandalizaba por ver a un nene con la pilila al aire. De hecho, la que suscribe recuerda su niñez en la playa de Torremolinos sin más preocupación que la de jugar al ritmo de todos los estímulos que produce en un niño salir de su rutina.



Volvamos al encuentro de El Encuentro. Tanto Salvador, el escultor, como Ignacio, el concejal, estaban de acuerdo en que había que evitar que los sempiternos vándalos volvieran a hacer de las suyas. Acordaron que el monumento no sería de piedra como el original, sino de bronce. Para destrozar una escultura en piedra basta con una maza u objeto contundente; vandalizar un bronce ya es harina de otro costal. No hay más que echar la vista atrás y recordar como en 1972 se rescataron del mar Jónico dos magníficas esculturas de bronce del siglo V a.C. en perfecto estado de conservación. Una vez que madre e hijo volvieron a tomar forma, el propio escultor hizo los moldes (necesarios para el proceso de fundición en bronce), y los llevó a la Plataforma Artística Ponce, una fundición con muchos años de experiencia a sus espaldas, y en quien Salvador confió para que reprodujeran fielmente en bronce el modelado en barro.

El 20 de diciembre de 2024, Moratalaz recuperó un cachito de lo que fue. Moratalaz se ha mantenido lleno de vida, con las mismas esperanzas de futuro y el mismo sentimiento de comunidad de vecinos. No en vano, los hijos de aquellos primeros moradores han formado sus propias familias en el mismo barrio que los vio nacer. Ese 20 de diciembre Moratalaz volvió a ser Moratalaz. Aquel barrio nacido de la necesidad de acoger nuevos madrileños, protegido por el Ministerio  de la Vivienda, levantado por la empresa de don Manuel de la Quintana y dotado plásticamente por el escultor Marino Amaya, recobraba su memoria gracias a la sensibilidad de un concejal leonés y al buen hacer de un escultor madrileño. El primero ha honrado su cargo, y el segundo a su padre. ¿Qué más se puede pedir?