Sin ninguna duda conocerán los lectores su obra más
famosa, el Blas de Lezo que permanece en pie sobre un pedestal en uno de los
laterales de la plaza de Colón, en Madrid. Pero además de esta, Salvador es el
autor de esculturas de Menacho, Bernardo de Galvez, Cervantes, Fernán González,
Beatriz Galindo o nuestra eterna Isabel la Católica.
Defensor de la escultura “tradicional” y de los valores
“superiores” del arte, que tan poco abundan hoy en día.
Hemos podido hacer unas preguntas al escultor, al cual
agradecemos enormemente su participación en este primer número, y recomendamos
la visita a su web y a su muy interesante blog.
P: Todo autor, sea cual sea su disciplina, tiene sus influencia, ¿cuáles han sido las tuyas?
Inevitablemente, haberme criado en un ambiente artístico
tuvo un gran impacto sobre mí. Mi padre fue un gran creador artístico en general
y escultor en particular. Asumir el arte como una forma de vida se lo debo a mi
padre, pero a nivel técnico y estético me he dejado guiar por los grandes de
principios del siglo XX. La capacidad que tenían Belliure y Marinas de trabajar
con la expresión corporal y la composición en la estatuaria pública me fascinan.
Gracias a ellos asimilé el concepto de arte con vocación pública, escultura para
todos, no sólo para las élites que puedan pagar arte; monumentos cuyo espíritu
nace de la historia de una nación y es destinado al enriquecimiento patrimonial
de ese mismo pueblo. Es natural que mis maestros espirituales tengan sus raíces
en España, al fin y al cabo, yo mismo soy una evolución de todos ellos, pero no
me olvido de otros grandes artistas internacionales: el peculiar tratamiento de
las proporciones corporales masculinas en contraposición con la suavidad en las
formas femeninas de Arno Brecker, o la rotundidad con la que trabajaban los
artistas del este son dignas de mención. Supongo que cada escultor adapta su
obra a las circunstancias que le toca vivir y las primeras décadas del siglo XX
nos han legado una forma de realizar arte épico y heroico que no parece querer
recuperarse por parte de los circuitos artísticos.
P: El proceso de creación de una obra artística, el
incontable tiempo y esfuerzo dedicados a ella, irremediablemente unen al autor
con su obra, ¿cómo es tu proceso de trabajo desde la documentación hasta que
repasas el bronce con una lija?, ¿Eres de los que opinan que hay una unión
perpetua del autor con su obra?
Antes de que coja una pella de arcilla o realice dibujos
preparatorios, existe un trabajo invisible en mi cabeza. Es cierto que me
documento antes de empezar con un trabajo, pero no sólo leo libros y documentos,
sino que me implico personalmente con la obra. En mi caso, que me dedico a
modelar personajes concretos, busco impregnarme de ellos, pensar como ellos
pensaban y sentir como ellos sentían. Todo en mi taller se adapta al personaje
en el que se va a trabajar y procuro que su espíritu lo inunde todo, desde la
música ambiental hasta la conciencia temporal que correspondería al
protagonista. Los modelos se visten de época y me sumerjo en las experiencias
del personaje que más me inspiren. Hay todo un ritual preparatorio antes de
empezar, aunque cada escultura tiene particularidades. Por ejemplo, para el
próximo monumento, al componerse de personajes pertenecientes a un grupo
histórico reconocible pero sin ser ninguno de ellos una figura histórica
concreta, he tenido que buscar prototipos de hoy en día que me ayuden a poner
cara y una personalidad detrás de cada escultura. No soy capaz de trabajar si no
tengo conexión con la obra, así que intento dotarla de carácter, hablo con ella
y creo un vínculo, de forma que cuando termino ya no se trata de arcilla
modelada, sino de alguien a quien yo considero real y he devuelto a la vida
aunque sea de forma espiritual
P: Observando los hierros retorcidos oxidados que ocupan las rotondas, diríamos que cada vez hay menos espacio para la figura humana, para el arte tradicional. ¿Crees que la escultura actual ha perdido desde hace décadas su componente indisolublemente humano, dejando espacio al “todo vale”?
La decadencia ha enfangado los círculos artísticos.
Quizá por eso no me muevo en ellos. No los entiendo y ellos tampoco me entienden
a mí, así que nos mantenemos al margen unos de otros. Para alguien como yo, un
escultor de oficio que vive de ello profesionalmente, que es consciente de los
criterios estéticos eternos, es duro ver como esos hierros retorcidos se dan por
válidos y se equiparan a obras de arte que tienen un sentido en su concepción,
en su creación y en su difusión. Creo que ese poco espacio para la figura humana
del que hablas es extrapolable no sólo al arte sino también a la sociedad.
Efectivamente no hay espacio para la humanidad, se han perdido muchos valores y
el espíritu crítico, y sin ambos aspectos es difícil que el hombre surja en todo
su esplendor, ya sea intelectual, hábil o artísticamente. Para el artista
figurativo, cuyo único afán es encontrar la belleza y alcanzar la excelencia, es
frustrante comprobar como a nivel institucional prevalece la mediocridad y a
nivel social es aceptada. Llega un momento en que tienes que elegir: ¿me adapto
a la posmodernidad y acepto todos los laureles que hoy en día conlleva, o
sobrevivo honestamente no permitiendo que se pierda una tradición milenaria aún
a costa de padecer carencias? En cada uno está la opción de vida que quiere para
sí y si puede vivir con ello.
P: Todos los pueblos y épocas se caracterizan por el
arte que realizan… ¿Tenemos los españoles actuales un arte de
calidad?
Me entristece decir que no. Podemos encontrar destellos
de genialidad, pero son muy puntuales y a veces, tengo la sensación de que los
círculos artísticos los ocultan para no poner de manifiesto la mediocridad que
se expone y se vende. Se ha creado todo un submundo en torno al arte donde ya no
es el cliente el que se deja guiar por su criterio estético, sino que el cliente
o mecenas se ha convertido en un mero inversor que se deja asesorar por
críticos, galeristas, subasteros, curadores y un sinfín de profesiones que han
surgido alrededor del arte pero que no producen obra, sólo opinión. Y esa
opinión, absolutamente forzada y fingida, ha conseguido hacer desaparecer la
figura del mecenas, de la persona que tradicionalmente aprecia el arte y lo
adquiere. Sin mecenas, no hay financiación para formar artistas ni hay espacios
auténticos donde encontrar el talento. Los talleres donde se formaban los
aprendices han desaparecido, las escuelas de arte se limitan a enseñar técnicas
y nuevos soportes y los certámenes se han convertido en entornos cerrados donde
participantes y jurados se relacionan por intereses en lugar de por
sensibilidades. Es imposible que el arte de calidad pueda desarrollarse en un
entorno tan hostil y tan mercenario. Respecto a las características que pudieran
definir a los pueblos, lamento comprobar que la globalización ha acabado con
cualquier intento de preservar la identidad de los pueblos. Quizá dentro de los
países más desarrollados, podemos encontrar características particulares en los
países del este, pero Europa, Norteamérica y parte de Asia han perdido su
identidad artística y cultural. Vayas donde vayas, encontrarás en las galerías
obras que no definen nada concreto, una historia común, unas creencias o una
cultura. Hasta los museos han caído en la globalización, tenemos Guggenheim en
varias ciudades y los museos de arte moderno apenas ofrecen algo representativo
del país que los acoge. Debo decir que llevo muchos años fuera de los circuitos
artísticos, pero año tras año veo las imágenes de lo que se expone en ARCO,
nuestra feria más “artística” y nada ha cambiado. Se sigue apostando por
sorprender, trastornar y provocar, no queda nada en las piezas que se exhiben
que pretenda despertar lo sublime y lo elevado. Lo cutre y la indecencia han
matado cualquier intento de preservar el ARTE con
mayúsculas
P: Ahora tenemos a Salvador Amaya, pero antes tuvimos a Mariano Benlliure (escultor del General Martínez Campos, en el Retiro) o a Aniceto Marinas (de Velázquez del Paseo del Prado, o de Eloy Gonzalo en la Plaza de Cascorro). De los muchos que aún están por descubrir para el gran público, ¿Que escultores españoles de este tipo crees que merecerían el reconocimiento que aún no han podido tener?
Coetáneo a Benlliure y Marinas, destacó Agustín Querol
pero inexplicablemente es bastante desconocido. Quizá su familia y las
instituciones provinciales no han puesto en valor su obra con eficacia, y sin
embargo ahí tenemos sus colosales esculturas coronando el Ministerio de
Agricultura o decorando el frontón de la Biblioteca Nacional. Y es que en esto
de dar el lugar que merecen a nuestros artistas históricos, mucho tienen que
decir las instituciones; si bien la diputación de Salamanca ha sabido poner en
valor la obra de Venancio Blanco y a día de hoy cuenta con una Fundación que
gestiona su legado, nos encontramos con el caso contrario y podemos ver cómo la
inmensa obra del prolífico Juan de Ávalos no encuentra institución que se haga
cargo de ella. Parece que hemos olvidado que los grandes artistas forman parte
de nuestro patrimonio común, de nuestro enriquecimiento cultural, que son los
artífices de la plasmación de nuestra sociedad en formato artístico. Nuestras
evoluciones, revoluciones, pulsiones, etc, están reflejadas en las obras
artísticas del momento. Precisamente por eso es tan triste el momento que
estamos viviendo, porque no estamos dejando para el futuro nada que perdure. Los
libros de arte quedarán vacíos de obras maestras en el período que abarca
nuestra época, o peor, las generaciones futuras verán la degeneración en que
hemos vivido a través de las obras que pervivan
P: Tu última escultura es la del teniente Saturnino
Martín Cerezo, a partir del boceto de Ferrer Dalmau, y financiada gracias a una
campaña de mecenazgo, que homenajeará a los Últimos de Baler, y a los españoles
que lucharon por España en Filipinas, ¿estamos poniendo en valor por fin a
aquellos hombres?
Ha costado mucho. La Historia parecía estar proscrita
desde hacía décadas. Me refiero a la historia más gloriosa de España, la que nos
llena de orgullo y nos enriquece como pueblo protagonista de grandes hazañas y
epopeyas. Quizá la desnaturalización provocada por el egocentrismo e
individualismo que impera en estos tiempos líquidos donde nada permanece y sólo
se valora la satisfacción inmediata de deseos materiales, ha hecho que perdamos
el respeto por los que nos precedieron. Y precisamente España, que ha sido
pionera en muchos aspectos y un gran referente para otras potencias en épocas
pasadas, parece estar avergonzada de quienes la forjaron. No es fácil encontrar
instituciones que quieran contribuir a sacudirnos de encima esa leyenda negra de
la que se nos acusa por parte de potencias extranjeras y cierto sector de la
sociedad. Es como si nos gustara fustigarnos y tuviéramos que pedir perdón por
hechos que habiendo sido pioneros y admirables en su tiempo, hoy parecemos
querer olvidar como si fueran un pesado lastre que nos maldice. Y
particularmente me niego a caer en esa dinámica de falsedades y reinterpretación
histórica, por eso me esfuerzo en buscar apoyos para proyectos que nos hagan
recordar que somos un gran pueblo y tenemos la responsabilidad de gestionar la
maravillosa herencia que hemos recibido. No es fácil encontrar instituciones a
las que involucrar en este tipo de proyectos, tienes que apelar a las emociones
y a argumentos espirituales porque con la razón no consigues afectos hacia el
arte ni hacia proyectos que ensalcen el recorrido místico de un pueblo. ¿Lo
estamos poniendo en valor?. Si, pero gracias a la voluntad de unos pocos frente
al materialismo imperante.
P: Nuestros lectores querrán saber que nuevas obras podremos disfrutar en los próximos años, y en que proyectos (que se puedan contar) estás trabajando actualmente.
Acabo de terminar un monumento para el Colegio de
Guardias Jóvenes de Valdemoro. Ha sido un reto para mí ya que habitualmente
trabajo con personajes definidos, con una personalidad y unos rasgos conocidos,
que al asimilarlos me facilitan el trabajo a la hora de conectar con la
escultura. En esta ocasión el personaje era genérico pero tenía un encanto
especial, y es que debía representar a esos chavales que entraban en el Colegio
de Guardias con 12 o incluso con 8 años, niños, al fin y al cabo, que van
creciendo con el aprendizaje. Interpretar ese paso de la infancia a la madurez
ha sido la clave. Ahora estoy con cosas pequeñas que tenía pendientes,
reproducciones y esculturas seriadas, mientras termino de firmar un par de
contratos que efectivamente no se pueden decir aún, pero lo que si puedo
confesar es mi deseo de poder realizar, algún día, un gran monumento a Churruca
y a toda aquella generación de marinos que perdió la vida gloriosamente en
Trafalgar, o un Hernán Cortés a caballo equiparable en tamaño y porte al Pizarro
existente en Trujillo, o a alguno de los héroes que se enfrentaron al francés en
la mal llamada Guerra de Independencia, o al General Vara del Rey, o a los
hombres que perdieron su vida en las Campañas de Marruecos dando su última gota
de sangre por sus compañeros… Son tantos los episodios históricos que estamos
obligados a conocer que ni en cien vidas se podría abarcar un trabajo tan
grande. De momento me conformo con que cada nuevo monumento sirva para despertar
en las nuevas generaciones un sentimiento de curiosidad que les empuje a
estudiar la historia que les precede y que inculque en ellos unos valores y
sentimientos que deben recuperarse.
Revista Primavera Nº 1 - Febrero 2020
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